El Camino a PARAMA PURUSHA es LA ENTREGA; y EL ENCUENTRO se da cuando te importa más el otro.
La DEVOCION DEL ENAMORADO junto a la EMOCIÓN de sentirte AMADO es la hoguera donde arde EL FUEGO del ESPIRITU.
El Yoga de JESUS contiene el último entendimiento Advaita, la última Iluminación Vipassana. Todo está en ÉL.
"NIEGUESE a sí mismo" ¿Todavía mandas TU en SU casa? No le busques ... no está perdido ni ahí fuera, "eres" ÉL QUE ES y olvídate de tí, solo Sé eso que buscas... sucede, no identificar, no conceptuar, juzgar o limitar... no es YO SOY desde ese ego... sencillamente "YO SOY" es LO QUE YO SOY
Salí de la New Age por su afán en el YO y ascender, cuando la perfección viene al revés (Dios se hace hombre, es Su Gran Obra) EL REINO DE DIOS vuelve a la Tierra.
Este blog es foto de una evolución... tantos caminos recorridos y al final todo cedió ante la Omnipresencia y Omnipotencia del ESPIRITU SANTO y el Supremo Nombre de JESUS. ... ¡¡¡ Hasta los muertos siguen resucitando hoy A SU NOMBRE... GLORIA !! Maranata!

16 mayo 2022

ZOMBIS: CASOS DOCUMENTADOS A TRAVÉS DE LA HISTORIA

Traigo de nuevo un trozo de aquel artículo que puse en 2012:

Casos documentados, extraidos del libro de Max Brooks "Zombi, guía de supervivencia" editado en 2008,  a los cuales yo personalmente pienso que se debería añadir el caso de la misteriosa muerte en 1959, de aquellos 9 estudiantes expertos en nieve y montaña, en el paso Diátlov.

 

Eran al menos quince o veinte; hombres, mujeres, niños. Abrimos fuego a setenta, quizá ochenta metros. Veía cómo salían volando pedazos de carne. ¡Nuestros disparos dañaban sus jilas! Pero seguían avanzando. ¡Simplemente, siguieron avanzando! Divisé a uno y dejé escapar una ráfaga de mi BXP. Sé que le rompí en dos la columna porque aquel hombre se dejó caer como una hoja. Aún con espasmos en las piernas, ¡se arrastraba hacia mí! A veinte metros, abrimos fuego con el Vektor. ¡Nada! Veía cómo los trozos de órganos y huesos les salían dispara­dos por la espalda. Había extremidades literalmente serradas por las articulaciones. La SS77 es la mejor ametralladora jamás construida: 840 metros por segundo, 800 disparos por minuto; pero no estaba consi­guiendo ¡absolutamente nada! Con las granadas sólo habíamos conse­guido derribar a uno de ellos. ¡A uno! Su cuerpo mutilado estaba inmóvil pero la cabeza aún intentaba mordernos. [Nombre no revelado] empezó a disparar con su RPG. El maldito proyectil dio de lleno en un blanco fácil de atacar ¡y destrozó una roca que había detrás! Finalmente, cuando estaban a cinco metros de nosotros, usamos la poca gasolina que nos quedaba para el lanzallamas. Los hijos de puta se encendieron como antorchas pero ¡no se detuvieron! Uno de ellos agarró a [Nombre no revelado], haciéndolo prender también mientras le mordía en el cuello. Vi al resto de aquellas cosas rodearlo conforme nos perdíamos entre la jungla. Una multitud de cuerpos agachados ardiendo desgarrando a otra antorcha humana que no dejaba de gritar. ¡La puta que parió al demonio, ¿qué diablos se suponía que teníamos que hacer?!

—MERCENARIO SERBIO DURANTE LA GUERRA CIVIL DE ZAIRE, 1994
 
 60.000 A. C, KATANDA, ÁFRICA CENTRAL

Recientes expediciones arqueológicas descubrieron una cueva a orillas de la zona alta del río Semliki que contenía trece cráneos.



Todos habían sido aplastados. Muy cerca de ellos había una gran pila de cenizas fosilizadas. Los análisis en los laboratorios determinaron que las cenizas eran los restos de trece Homo sapiens En la pared de la cueva hay pintada una figura humana, con las manos alzadas en postura amenazadora y una mirada diabólica. Dentro de su enorme boca está el cuerpo de otro humano, este descubrimiento no ha sido aceptado como un incidente zombi auténtico. Una corriente de opinión afirma que los cráneos aplastados y los cuerpos quemados eran un modo de deshacerse de los gules, mientras el dibujo de la cueva sirve de aviso. Otros académicos solicitan algún tipo de prueba física, como un resto de Solanum fosilizado. Aún se están esperando los resultados, Si se confirma la autenticidad en Katanda, surgirá en nuestras cabezas la siguiente pregunta: ¿Por qué pasó un intervalo de tiempo tan grande entre este primer brote y el que le sigue?


3000 A. C, HIERACÓMPOLIS, EGIPTO

En 1892, una excavación británica desenterró una tumba sin inscripción. No pudieron encontrarse pistas que revelaran quién era la persona que la ocupaba ni nada sobre su posición en la sociedad. El cuerpo fue encontrado fuera de la cripta abierta, hecho un ovillo en una esquina y sólo parcialmente descompuesto. Miles de marcas de arañazos adornaban la superficie del interior de la tumba, como si el cadáver hubiera intentado abrirse camino hacia el exterior. ¡Los expertos forenses revelaron que las marcas se habían hecho durante un periodo de varios años! El cuerpo mismo tenía varias marcas de mordiscos en el radio derecho. La marca de los dientes mostraba que eran huma­nos. La autopsia completa reveló que el cerebro seco y parcial­mente descompuesto no sólo correspondía a los que están infec­tados con Solanum (el lóbulo frontal había desaparecido por completo) sino que también contenía restos del virus. Existe en la actualidad un debate enfurecido sobre si este caso provocó o no que los últimos egipcios extrajeran el cerebro a las momias.


500 A. C, ÁFRICA

Durante el viaje para explorar y colonizar la costa occidental del continente, Hanno de Cartago, uno de los antiguos marineros más famosos de la civilización occidental, escribió en su diario de a bordo:

A la orilla de una gran jungla, donde las verdes colinas esconden sus copas sobre las nubes, mandé una expedi­ción tierra adentro en busca de agua dulce. [....] Nuestros adivinos nos advirtieron sobre esta expedición. Según ellos se trataba de una tierra maldita, lugar de demonios aban­donado por los dioses. Ignoré tales advertencias y pagué el precio más alto. [...] De treinta y cinco hombres que envié, sólo siete regresaron. [...] Los supervivientes sollo­zaban un cuento sobre monstruos de la jungla. Hombres con colmillos de serpiente, garras de leopardo y ojos que ardían como las llamas del Infierno. Las espadas de bronce les cortaban la carne, pero no sangraban. Se alimentaron de nuestros marineros y el viento se llevó sus llantos [...] nuestros adivinos nos alertaron sobre los supervivientes que habían sido heridos, afirmando que traerían dolor a todo aquel que los tocara. [...] Nos apresuramos hacia los barcos y abandonamos a aquellas pobres almas en aque­lla tierra de hombres-bestia. Que los dioses me perdonen

Como saben la mayoría de lectores, mucho del trabajo de Hanno resulta polémico y es tema de debate entre los histo­riadores académicos. Dado que Hanno también describió un enfrentamiento con grandes criaturas parecidas a los monos que él apodó «gorilas» (los gorilas actuales nunca han habitado esa parte del continente) puede deducirse que ambos incidentes son producto tanto de su imaginación como de la de los historiadores posteriores. Incluso si tenemos en cuenta esto y sin considerar la exageración obvia de los colmillos de serpiente, las garras de leopardo y los ojos ardientes, la descripción básica de Hanuo se acerca bastante a la de los muertos andantes.


329 A. C, AFGANISTÁN

Una columna macedonia sin nombre, construida por el legendario conquistador Alejandro Magno, fue visitada muchas veces por las fuerzas soviéticas especiales durante su propia guerra de ocupación. A ocho kilómetros de este monumento, una unidad descubrió los restos antiguos de lo que se creyó que eran unas instalaciones mili­tares del ejército heleno. Entre otros objetos, había una vasija de bronce pequeña. El dibujo de la inscripción mostraba: (1) un hombre mordiendo a otro hombre; (2) la víctima yaciendo en el lecho de muerte; (3) la víctima volvía de nuevo a la vida, y de nuevo volvía a (I) mordiendo a otro hombre. La naturaleza circular de esta vasija, al igual que los dibujos en sí mismos, podrían ser la prueba de un brote no muerto que Alejandro presenció o que le relató alguien de las tribus locales.


212 A. C, CHINA

Durante la dinastía Qin, todos los libros no relacionados con asuntos prácticos como la agricultura o la construcción fueron quemados por orden del emperador para protegerse contra «pensamientos peligrosos». Nunca sabremos si los relatos sobre los ataques zombis terminaron en llamas. Esta sección oculta de un manuscrito médico, preservado dentro de la pared de la casa de un erudito chino que fue ejecutado, podría ser la prueba de tales ataques:

El único tratamiento para las víctimas de la Pesadilla de la Vigilia Eterna es una desmembración completa seguida de las llamas. Debe sujetarse al paciente, llenársele la boca de paja y entonces amarrarlo bien. Deben extirparse todos los miembros y órganos, evitando el contacto con cualquier fluido corporal. Debe quemarse todo hasta que sólo queden cenizas para seguidamente esparcirlas todas al menos a doce pies en todas direcciones. Cualquier otro remedio no bastará, puesto que la enfermedad no tiene cura [...] el deseo de carne humana es insaciable. [...] Si las víctimas son numerosas y no hay esperanza de poder contenerlas, debe realizarse la decapitación inmediatamente [...] la pala shaolin es el arma más veloz para realizar esta tarea.

No hay mención a las víctimas de esta Pesadilla de la Vigilia Eterna como seres realmente muertos. Sólo el fragmento sobre el ansia que sienten por la carne de los sanos y el «tratamiento» en sí, sugieren la presencia de los zombis en la antigua China.


121 D. C, FANUM COCIDI, CALEDONIA (ESCOCIA)

Aunque se desconoce la fuente del brote, sus acontecimientos están bien documentados. El jefe bárbaro de la zona, creyendo que los no muertos estaban simplemente locos, envió a más de 3000 guerreros a «poner fin a esta sublevación demente». Su resultado: más de 600 guerreros devorados, el resto herido y finalmente transformado en muertos andantes. Un comerciante romano llamado Sextus Sempronios Tubero, que viajaba por esa región en aquel momento, presenció la batalla. Aunque no se dió cuenta de que los muertos andantes eran sólo eso, Tubero vio lo suficiente para fijarse en que la decapitación era el único modo de que los zombis dejaran de ser una amenaza. Apenas hubo escapado, Tubero contó este acontecimiento a Marcus Lucius Terentius, comandante de la guarnición militar más próxima en la Britania romana. Estaban a menos de un día de 9000 zombis. Siguiendo el flujo de refugiados, estos gules continuaron migrando al sur, en dirección constante hacia territorio romano. Terentius solo contaba con una cohorte (480 hombres) a su disposición, los refuerzos se encontraban a tres semanas de allí. Terentius ordeno primero cavar dos zanjas estrechas de dos metros de profundidad que finalmente alinearía para formar un pasillo recto de más de un kilómetro de largo. El resultado fue similar a un embudo
abierto hacia el norte. Entonces ambas zanjas se llenaron de bitumen liquidum (aceite crudo: se usaba normalmente para encender lámparas en esta parte de Britania). Cuando los zombis se acercaron, prendieron el aceite. Todos los gules que cayeron en la zanja quedaron atrapados dentro de sus límites profundos y se incineraron. El resto fue forzado hasta el túnel, donde no más de 300 podían mantenerse en fila de pie. Terentius ordenó a sus hombres que sacaran las espadas, alzaran los escudos y avanzaran hacia el enemigo. Después de nueve horas de batalla, todos los zombis habían sido decapitados. Las cabezas partiéndose rodaban hacía la zanja para ser incineradas. Las bajas romanas sumaron 150 muertos, sin heridos (los legionarios mataron a cualquier camarada mordido).
Las ramificaciones de este brote fueron inmediata e histórica­mente importantes. El emperador Adriano mandó compilar toda la información sobre el brote en un trabajo inteligible. Este manual no sólo detallaba el patrón de comportamiento de los zombis y las instrucciones sobre los métodos más eficientes de deshacerse de los cuerpos, sino que también recomendaba una aplastante fuerza numérica «que se enfrentara al pánico inevitable del populacho general». Una copia de este documento, conocido simplemente como «Orden del Ejército XXXVII», fue distribuida a cada legión a través del imperio. Por este motivo, los brotes en zonas bajo el dominio romano nunca volvieron a alcanzar un número crítico v por eso nunca fueron registrados en detalle. También se cree que el primer brote impulsó la construcción del Muro de Adriano, una estructura que aislaba de forma eficaz Caledonia del norte del resto de la isla. Este es un brote de clase 3 de manual y, con mucho, el mayor registrado.


140-41 D. C, THAMUGADI, NUMIDIA (ARGELIA)

Seis pequeños brotes entre los nómadas del desierto fueron registrados por Lucius Valerius Strabo, gobernador romano de la provincia. Todos los brotes fueron aplastados por dos cohor­tes de la base de la Tercera Legión Augusta. Número total do zombis abatidos: 134. Bajas romanas: 5. Aparte del informe oficial, una entrada del diario personal de un ingeniero del ejér­cito registra un descubrimiento significativo:

Una familia de la zona permaneció prisionera en su casa durante al menos doce días mientras las criaturas salvajes arañaban e intentaban abrirse camino en vano por las puer­tas cerradas con cerrojos y las ventanas. Después de que acabáramos con la mugre y rescatáramos a la familia, su conducta parecía cercana a la locura. Por lo que pudimos deducir, los gemidos de las bestias, día tras día, noche tras noche, demostraron ser una forma de tortura despiadada

Este es el primer reconocimiento conocido de daño psicológico causado por un ataque zombi. Al estar los seis inciden­tes muy próximos en el tiempo puede considerarse creíble que uno o más zombis de ataques anteriores sobrevivieran el tiempo suficiente para volver a infectar una población.


156 D. C, CASTRA REGINA, GERMANIA (SUR DE ALEMANIA)

El ataque de diecisiete zombis acabó infectando a un clérigo importante. El comandante romano, al reconocer las señales de un recientemente transformado zombi, ordenó a sus tropas que destruyeran al antiguo hombre santo. Los ciudadanos de la zona encolerizaron y se desencadenaron disturbios. Número de zombis abatidos: 10, incluyendo al hombre santo. Bajas entre los romanos: 17, todos durante los disturbios. Número de civiles asesinados por las medidas represivas de los romanos: 198.

177 D. C, EMPLAZAMIENTO SIN NOMBRE CERCA DE TOLOSA, AQUITANIA (SUROESTE DE FRANCIA)

Una carta personal, escrita por un comerciante durante un viaje para ver a su hermano en Capua, describe al agresor:
Vino desde el bosque un hombre que apestaba a podrido. Su piel grisácea dejaba entrever muchas heridas de las que no emanaba la sangre. Al ver al niño gritar, pare­ció que el cuerpo le temblaba de excitación. Su cabeza se volvió en la dirección del niño; su boca abierta en un gemido estremecedor. [...] Darius, el anciano veterano de la legión, se acercó [...] apartando hacia un lado a la madre, agarró al niño con un brazo y empuñó su gladius con el otro. La cabeza de la criatura le cayó sobre los pies y rodó colina abajo antes de que el resto del cuerpo la siguiera. [...] Darius insistió en que llevaran ropas de cuero cuando tiraran el cuerpo al fuego [...] la cabeza, que aún se movía mordiendo de un modo desagradable, alimentó las llamas.

Este pasaje debería tomarse como la típica actitud romana hacia los muertos vivientes: sin miedo, sin supersticiones, simplemente otro problema que requiere una solución práctica. Este fue el último ataque registrado durante el Imperio romano. Los siguientes brotes ni se combatieron con la misma eficacia ni fueron registrados con la misma claridad.


SIGLO VIII D. C, FRISIA (NORTE DE HOLANDA)

Aunque parece que este acontecimiento tuvo lugar en o alrede­dor del año 700 d. C, las pruebas físicas las aporta un cuadro descubierto recientemente en la bóveda del Rijksmuseum de
Amsterdam. El análisis de los materiales fija la fecha señalada arriba. El cuadro muestra un grupo de caballeros con armadura completa atacando a una multitud de hombres rabiosos con carne gris, flechas y otras heridas cubriendo sus cuerpos y sangre chorreando de sus bocas. Mientras las dos fuerzas se enfrentan en el centro del lienzo, los caballeros empuñan la espadas para decapitar al enemigo. Se ve a tres zombis en la esquina de la parte inferior derecha, agachados sobre el cuerpo de un caballero muerto. Han quitado parte de su armadura y han arrancado una extremidad de su cuerpo. Los zombis se alimentan de la carne expuesta. Como el cuadro en sí no está firmado, nadie ha determinado aún de dónde procede esta obra o cómo terminó en el museo.


850 D. C, REGIÓN DESCONOCIDA DE SAJONIA (NORTE DE ALEMANIA)

Bearnt Kuntzel, un fraile que peregrinaba a Roma, registró este incidente en su diario personal. Un zombi que apareció deambulando de la Selva Negra mordió e infectó a un granjero de la zona. La víctima resucitó varias horas después de fallecer y atacó a su propia familia. Desde ese momento, el brote se extendió a la aldea entera. Los que sobrevivieron huyeron al castillo del señor, sin darse cuenta de que algunos de ellos habían sido mordidos. Cuando el brote se extendió aún más, los aldeanos vecinos se dirigieron en tropel a la zona infestada. El clero de la zona creyó que los no muertos habían sido infectados por el espíritu del demonio y que el agua bendita y los ensalmos desterrarían a los espíritus malignos. La «búsqueda sagrada» terminó en una masacre, con la congregación entera o devorada o convertida en muertos vivientes.
Desesperados, los señores y los caballeros vecinos se unieron para «purificar a la prole infernal en las llamas». Esta fuerza destartalada quemó todas las aldeas y zombis en un radio de ochenta kilómetros. Ni los humanos que no habían sido infec­tados sobrevivieron a la masacre. El castillo original del señor, habitado por personas que se habían visto acorraladas por los no muertos, se había transformado para entonces en una prisión de más de 200 gules. Como los habitantes habían bloqueado las puertas y subido el puente levadizo antes de perecer, los caballe­ros no pudieron entrar al castillo para purificarlo. El resultado: la fortaleza se declaró «embrujada». Más de una década después, los campesinos que pasaban cerca de allí podían oír los gemidos de los zombis que había aún dentro. Según las cifras de Kunt­zel, se contabilizaron más de 573 zombis y más de 900 humanos fueron devorados. Kuntzel cuenta también las represalias masi­vas contra un pueblo judío cercano, culpado del brote por su falta de «fe». El trabajo de Kuntzel sobrevivió en los archivos del Vaticano hasta su descubrimiento accidental en 1973.


1073 D. C, JERUSALÉN

La historia del doctor Ibrahim Obeidallah, uno de los pioneros más importantes en el campo de la fisiología zombi, tipifica los grandes progresos y los trágicos retrasos en el intento de la ciencia por entender a los no muertos. Una fuente descono­cida causó un brote de quince zombis en Jaffa, una ciudad de la costa palestina. La milicia local, que utilizó una copia tradu­cida de la Orden del Ejército Romano XXXVII, exterminó con éxito la amenaza con un mínimo de bajas humanas. Una mujer recientemente mordida quedó al cuidado de Obeidallah, un físico y biólogo eminente. A pesar de que la Orden del Ejército X XXVII hablaba de la decapitación inmediata y la incineración de todos los humanos a los que hubieran mordido, Obeidallah convenció (o quizá sobornó) a la milicia para que le permi­tiera estudiar a la mujer moribunda. Se alcanzó un compro­miso en el que se le permitía trasladar el cuerpo, y todo su equipo, a la cárcel. Allí, en la celda, bajo el ojo vigilante de la ley, observó a la víctima retenida hasta que expiró, y continuó estudiando el cadáver mientras se reanimó. Realizó numero­sos experimentos al gul retenido. Descubriendo que todas las funciones fisiológicas necesarias para mantenerse vivo habían dejado de funcionar, Obeidallah probó científicamente que el sujeto estaba físicamente muerto pero que aún funcionaba. Viajó por Oriente Medio recabando información sobre otros brotes posibles.
La investigación de Obeidallah documentó la fisiología completa de los muertos vivientes. Sus notas incluían informes sobre el sistema nervioso, la digestión, incluso el ritmo de descomposición en relación con el entorno. Este trabajo también incluía un estudio completo de los patrones de comportamiento de los muertos vivientes, un logro extraordinario, siempre que fuera cierto. De forma irónica, cuando los caballeros cristianos invadieron Jerusalén en 1099, este hombre fue decapitado como adorador de Satán y casi toda su obra fue destruida. Algunos fragmentos sobrevivieron en Bagdad durante los siglos siguientes con el rumor de que sólo una fracción del texto original sobrevivió. La historia de la vida de Obeidallah, sin embargo, excepto los detalles de sus experimentos, sobrevivió a la matanza de los cruzados, junto con su biógrafo (un historiador judío y anterior colega). El hombre escapó a Persia, donde el trabajo fue copiado, publicado y consiguió un modesto éxito en varias cortes de Oriente Medio. Una copia permanece en los Archivos Nacionales de Tel Aviv.


1253 D. C, FISKURHOFN, GROENLANDIA

Continuando la gran tradición de la exploración nórdica Gunnbjorn Lundergaart, un jefe islandés, estableció una colonia a la entrada de un fiordo aislado. Se ha dicho que en la partida había 153 colonos. Lundergaart volvió a Islandia después de un invierno, presumiblemente para procurarse provisiones y nuevos colonos. Cinco años después, Lundergaart volvió y encontró el complejo de la isla en ruinas. De los colonos, sólo encontró tres docenas de esqueletos; los huesos limpios de carne. También se dice que encontró tres seres: dos mujeres y un niño. Su piel tenía manchas grises y los huesos atravesaban la carne en algunos sitios. Las heridas eran obvias, pero no había restos de sangre. Cuando fueron vistos, las figuras se volvieron y se acercaron a la partida de Lundergaart. Sin dar respuesta a la comunicación verbal, atacaron a los vikingos e inmediatamente fueron corta­dos en pedazos. El escandinavo, al creer que la expedición al completo estaba maldita, ordenó que quemaran todos los cuer­pos y las estructuras artificiales. Como su propia familia estaba entre los esqueletos, Lundergaart ordenó a sus hombres que lo mataran a él también, que desmembraran su cuerpo y lo echa­ran a las llamas. El «Cuento de Fiskurhofn» que la patrulla de Lundergaart contó a unos monjes viajeros irlandeses sobrevive en los Archivos Nacionales de Reykiavik, Islandia. No se trata realmente del relato más fiel sobre un ataque zombi de la civi­lización escandinava antigua, sino que también puede explicar por qué los asentamientos vikingos en Groenlandia se desva­necieron misteriosamente durante los primeros años del siglo catorce.


1281 D. C, CHINA

El explorador veneciano Marco Polo escribió en su diario que durante una visita al palacio de verano del emperador en Xanadú, l'.ublai Khan le mostró una cabeza de zombi cortada conservada en un tarro de líquido alcohólico transparente (Polo describió el liquido como «con la esencia del vino pero transparente y ácido para el olfato»). Esta cabeza, afirmó Khan, la había cogido su abuelo, Gengis, cuando volvió de sus conquistas en el Oeste, Polo escribió que la cabeza se percató de la presencia de todos.

Incluso les miró con sus ojos casi descompuestos. Cuando se acercó a tocarla, la cabeza trató de morderle los dedos. Khan le castigó por este acto estúpido, volviéndole a contar el relato de un oficial de bajo rango de la corte que había intentado lo mismo y fue mordido por la cabeza cortada. El oficial «parecía haber muerto días después pero se levantó para atacar a sus sirvientes». Polo afirma que la cabeza permaneció «con vida» durante su estancia en China. Nadie sabe cuál fue el destino de esta reliquia. Cuando Polo volvió de Asia, su historia fue suprimida por la Iglesia católica y por eso no aparece en la publicación oficial de sus aventuras. Los historiadores han especulado que, ya que los mongoles llegaron tan lejos como a Bagdad, la cabeza puede ser uno de los sujetos originales de Ibrahim Obeidallah, lo cual da a esta cabeza el récord de la reliquia viva mejor conservada y más antigua de un espécimen zombi.


1523 D. C, OAXACA, MÉXICO

Los nativos hablan de una enfermedad que oscurece el alma, causando la sed de la sangre de sus hermanos. Hablan de hombres, mujeres, incluso niños cuya carne ha pasado a ser gris con partes pútridas y de olor impuro. Una vez que la oscuridad se cierne sobre ellos, no hay forma de curarlos, excepto con la muerte, que sólo puede conseguirse a través del fuego, debido a que el cuerpo se vuelve resistente a todas las armas del hombre. Creo que es una tragedia de los paganos, que, al no conocer a Nuestro Señor Jesu­cristo, no conocen la cura para esta enfermedad. Ahora que hemos bendecido a estas masas con la luz y la verdad de Su amor, debemos esforzarnos en buscar a estas almas oscure­cidas y purificarlas con toda la fuerza del Cielo.

Este texto fue tomado, supuestamente, de los relatos del padre Esteban Negrón, un cura español y estudiante de Bartolomé de las Casas, previamente editado desde sus trabajos originales y recientemente descubierto en Santo Domingo. Las opiniones sobre la autenticidad de este manuscrito varían. Algunos creen que es parte de una orden del Vaticano para suprimir toda la información al respecto. Otros creen que se trata de una elabo­rada patraña en la línea de los Diarios de Hitler.


1554 D. C, AMÉRICA DEL SUR

Una expedición española bajo el mando de Don Rafael Cordoza se adentró en la jungla amazónica en busca de la legendaria El Dorado, la Ciudad de Oro. Los guías tupís lo alertaron para que no entrara en una zona conocida como el Valle del Sueño sin Fin. En él, le advirtieron, encontraría una raza de criaturas que gemían como el viento y sentían sed de sangre. Muchos hombres habían entrado en este valle, contó el tupí. Ninguno regresó jamás. Muchos de los conquistadores sintieron miedo al oír este aviso y suplicaron volver a la costa. Cordoza, al creer que el tupí se había inventado esta historia para esconder la ciudad dorada, obligó a su expedición a que continuara. Cuando anocheció, docenas de muertos andantes atacaron el campamento. Lo que ocurrió aque­lla noche sigue siendo un misterio. Según proclamó un pasajero del Santa Verónica, el barco que llevó a Cordoza de América del Sur a Santo Domingo, él fue el único superviviente en alcan­zar la costa. Si luchó hasta el final o si abandonó simplemente a sus hombres nadie lo sabe. Un año después, Cordoza llegó a España, donde contó toda la historia sobre este ataque a la Corte Real en Madrid y a la Santa Inquisición en Roma. Acusado por ­la Corte Real de despilfarrar los recursos de la corona y de hablar sobre actos blasfemos por la Santa Inquisición, el conquistador fue despojado de su título y murió en la más profunda pobreza. Su historia es una recopilación de fragmentos de muchos textos referidos a este periodo de la historia de España. No se ha descu­bierto ningún texto original.


1579 D. C, PACÍFICO CENTRAL

Durante su circunnavegación del globo, Francis Drake, el pirata que más tarde se convirtió en un héroe nacional, paró en una isla sin nombre para repostar provisiones de comida y agua fresca. Los nativos le advirtieron que no visitara un cayo pequeño cercano que estaba habitado por «los dioses de la muerte», Según la costumbre, los muertos y enfermos terminales eran puestos en esta isla, donde los dioses se apoderarían de ellos, de su cuerpo y su alma, para vivir eternamente. Drake, fasci­nado por su historia, decidió investigar. Observando desde el barco vio como una partida de nativos en la orilla puso el cuerpo de un hombre muerto en la playa de la isla. Después de gritar varias veces con una caracola, los nativos regresaron al mar. Unos momentos más tarde, varias figuras aparecieron tambaleándose lentamente desde la jungla. Drake vio cómo se alimentaban del cadáver antes de perderlos de vista mientras se alejaban encorvados. Para su asombro, el cuerpo medio comido se levantó sobre sus pies y cojeó tras ellos. Drake nunca habló de este incidente en toda su vida. Los hechos se descubrieron en un diario secreto que mantuvo oculto hasta su muerte. Este diario, que pasó de coleccionista en coleccionista, finalmente encontró su sitio en la biblioteca del almirante Jackie Fischer, el padre de la moderna Marina Real. En 1907, Fischer mandó hacer unas copias y se lo dio a varios de sus amigos como regalo de Navi­dad. Junto a las coordenadas exactas, Drake proclamó esta masa de tierra «la isla de los malditos».


1583 D. C, SIBERIA

Una partida de exploradores del infame cosaco Yermak, perdida y muerta de hambre en la helada naturaleza salvaje, fue refu­giada por una tribu asiática indígena. Una vez que recuperaron las fuerzas, los europeos compensaron la amabilidad de la tribu declarándose ellos mismos los soberanos de aquella aldea y se establecieron allí durante el invierno hasta que llegara la fuerza principal de Yermak. Después de darse el festín varias semanas con la comida que la aldea había reunido, los cosacos destina­ron entonces su apetito a los aldeanos. En un acto salvaje de canibalismo, se comieron a treinta personas, mientras el resto huía selva adentro. Los cosacos agotaron esta nueva fuente de alimento en días. Desesperados, se dirigieron hacia el cemente­rio de la aldea, donde se cree que las bajas temperaturas habían mantenido algunos de los cadáveres frescos. El primer cuerpo exhumado fue una mujer de unos veinte años, que había sido enterrada con las manos y los pies atados y la boca amordazada. Cuando se descongeló, la mujer muerta revivió. Los cosacos estaban estupefactos. Esperando aprender cómo había conse­guido tal proeza, le quitaron la mordaza. La mujer mordió en la mano a uno de los cosacos. Con duradera falta de visión, igno­rancia y brutalidad, los cosacos la desmembraron, la asaron y comieron su carne. Sólo dos se abstuvieron: el guerrero herido (sus camaradas creían que no había que desperdiciar la comida con los moribundos) y un hombre profundamente supersticioso que creía que la carne estaba maldita. En cierta manera, tenía razón. Todos los que comieron la carne del zombi murieron aquella noche. El hombre herido expiró a la mañana siguiente.
El único superviviente intentó quemar los cuerpos. Mientras preparaba la pira funeraria, el cadáver que había sido mordido revivió. Al verse perseguido por este nuevo zombi, el solitario superviviente se dirigió hacia la estepa. Tras una hora de persecución, el zombi se congeló. El cosaco deambuló durante varios días han que fue rescatado por otra partida de exploradores de Yermak. Su relato fue documentado por un historiador ruso, el padre Pielio Georgiavich Vatutin. La obra se mantuvo oculta durante varían generaciones, guardada en un monasterio aislado en la isla de Valam, en el lago Ladoga. Sólo ahora está siendo traducida al inglés. No se sabe nada sobre el destino de los aldeanos asiáticos o incluso sobre cuál es su identidad real. El genocidio posterior contra este pueblo por Yermak dejó pocos supervivientes. Desde un punto de vista científico, este relato representa el primer suceso conocido de un zombi completamente congelado.


1587 D. C, ISLA ROANOKE, CAROLINA DEL NORTE

Los colonos ingleses, aislados de cualquier apoyo de Europa, enviaban partidas de caza regulares al continente en busca de comida. Una de estas partidas desapareció durante tres semanas Cuando volvió un único superviviente, describió que les habían atacado «una pandilla de salvajes [...] con la carne pútrida y piel minada con gusanos; insensibles a la pólvora y a los disparos». Aunque sólo mataron a uno de los once hombres de la partida, cuatro de ellos fueron desfigurados salvajemente. Esos hombres murieron al día siguiente, los enterraron y a continua­ción, unas horas después, se levantaron de sus poco profundas tumbas. El superviviente juró que los que antes eran camaradas se habían comido vivos al resto de la partida y que sólo él pudo escapar. El juez de la colonia acusó al hombre de mentiroso y de asesino. Lo ahorcaron a la mañana siguiente.
Enviaron una segunda expedición para que recogiera los cuer­pos «por miedo a que sus restos fueran profanados por los paga­nos». La partida de cinco hombres volvió en un estado cercano al colapso, con mordeduras y arañazos que les cubrían el cuerpo. En el continente, les habían atacado los «salvajes» que descri­biera el superviviente muerto al que ahora justificaban y también algunos de los miembros de la primera partida de caza. Estos nuevos supervivientes, tras un periodo de examen médico, falle­cieron con algunas horas de diferencia. Los entierros se celebra­rían al amanecer del día siguiente. Esa noche, resucitaron. Los detalles no son muy precisos, al igual que el resto de la histo­ria. Una versión describe la infección final y la destrucción de la ciudad entera. Otra describe a la población de Croatan recono­ciendo el peligro por lo que era, cercando y quemando a todos los colonos de la isla. En un tercer relato, estos mismos nati­vos americanos rescataron a los habitantes supervivientes de la ciudad y mataron a los no muertos y a los que estaban heridos. Estas tres historias han aparecido en relatos de ficción y textos históricos durante los últimos dos siglos. Ninguna presenta una explicación irrefutable a por qué el primer asentamiento inglés en América del Norte se desvaneció literalmente sin dejar rastro.


1611 D. C, EDO, JAPÓN

Enrique da Silva, un comerciante portugués que hacía negocios en las islas, escribió este pasaje en una carta a su hermano:


El padre Mendoza, que volvía a saborear el vino caste­llano de nuevo, habló de un hombre que se había convertido recientemente a su fe. Este salvaje era miembro de una de las órdenes más secretas en esta tierra bárbara y exótica, «La hermandad de la vida». De acuerdo con el clérigo anciano, esta sociedad secreta entrena a asesinos, y hablo con todo sinceridad, con el propósito de ejecutar demonios. […] Estas criaturas, según su explicación, fueron en el pasado seres humanos. Después de morir, unos demonios invisibles los hacían revivir [...] y se alimentaban de la carne de los vivos. Para combatir este terror, «La hermandad de la vida» había sido formada, según Mendoza, por el propio shogim. [...] Existen desde hace mucho [...] entrenados en el arte de la destrucción. [...] Tienen una extraña manera de ir a la batalla sin armas dedicando la mayor parte del tiempo a evitar que los demonios les capturen, retorciéndose igual que una serpiente cuando los intentan capturar. [...] Las armas, que de forma extraña tienen la forma de las cimitarras orientales, se diseñaron para cortar cabezas. [..,] Su templo, aunque el lugar donde se localiza queda en secreto, parece poseer una habitación donde las cabezas cortadas de los monstruos que han abatido vivas y aím gimiendo adornan las paredes. Los reclutas de alto rango, preparados para formar parte de la hermandad, deben pasar una noche entera en esta habitación, sin ninguna compa­ñía excepto la de estos objetos profanos. [...] Si la histo­ria del padre Mendoza es cierta, esta es, tal y como sospe­chábamos, la tierra de un demonio impío. [...] De no ser por el atractivo de la seda y las especias, haríamos bien en evitarla a toda costa. [...] Pregunté al anciano cura dónde se encontraba este converso, para poder escuchar las pala­bras de este relato de sus propios labios. Mendoza me dijo que lo habían encontrado muerto hacía casi dos semanas. «La hermandad» no permite que se desvelen sus secretos ni que los miembros renuncien a su lealtad.

Existieron muchas sociedades secretas en el Japón feudal. «La hermandad de la vida» no aparece en ningún texto, pasado o presente. Da Silva comete algunas imprecisiones históricas en su carta, como cuando se refiere a la espada japonesa como «cimita­rra». (No estaría mal que los europeos aprendieran algunos deta­lles de la cultura japonesa.) La descripción de las cabezas que siguen gimiendo también es una imprecisión, porque una cabeza cortada no podría producir ningún sonido sin el diafragma, los pulmones y las cuerdas vocales. Si esta historia es cierta, sin embargo, podría explicar por qué ha habido tan pocos brotes registrados en Japón a diferencia del resto del mundo. O bien la cultura japonesa ha creado un muro de silencio muy eficaz alrededor de sus brotes o «La hermandad de la vida» cumplió su misión. De cualquier forma, no se encontraron informes de brotes relativos a Japón hasta la segunda mitad del siglo XX.


1690 D. C, ATLÁNTICO SUR

El buque mercante Marialva abandonó Bissau, al oeste de África, con un grupo de esclavos para Brasil. Nunca llegó a su destino. Tres años después, en mitad del Atlántico sur, el navío danés Zeebrug divisó el Marialva a la deriva. Enviaron una partida con el propósito de salvarlos. Al llegar, encontraron una mercancía de no muertos africanos que aún estaban encadenados a sus camas, retorciéndose y gimiendo. No había rastro de la tripulación y cada uno de los zombis tenía por lo menos un mordisco en el cuerpo. Los daneses, que creían que el barco estaba maldito, remaron a toda prisa hacia su navío y contaron lo que habían encontrado al capitán. Inmediatamente, este mandó hundir al Marialva a cañonazos. Como no hay forma de saber exactamente cómo llegó a bordo la infección, todo lo que sabemos en pura especulación. No se encontraron botes salvavidas abordo Sólo se encontró el cuerpo del capitán, encerrado en su camarote, con una herida en la cabeza de haberse pegado un tiro él mismo. Muchos creen que, como los africanos estaban todos encadenados, la primera persona infectada debió de ser un miembro de la tripulación portuguesa. De ser cierto esto, los desafortunados esclavos tuvieron que soportar ver cómo sus captores se devora­ban e infectaban los unos a los otros tras la lenta transformación en muertos vivientes, el virus abriéndose camino a través de sus sistemas. Incluso peor es la horrible posibilidad de que uno de los miembros de la tripulación atacara e infectara a un esclavo enca­denado. Este nuevo gul, sucesivamente, mordería a la persona encadenada y gritando a su lado. Continuando fila abajo hasta que finalmente los gritos se apagaran y se llenara todo de zombis. Imaginar a los que se encontraban al final de la fila, viendo cómo su futuro se arrastraba lenta y directamente hacia ellos, cada vez más cerca, basta para evocar las peores pesadillas.


1762 D. C, CASTRIES, SANTA LUCÍA, EL CARIBE

La historia de este brote todavía es contada hoy tanto por los isleños del Caribe como por los inmigrantes del Caribe en Reino Unido. Funciona como una poderosa advertencia, no sólo del poder de los muertos vivientes, sino también de la frustrante incapacidad de los humanos para unirse y luchar contra ellos. Un brote de origen impreciso comenzó en la zona blanca pobre de la pequeña y superpoblada ciudad de Castries en la isla de Santa Lucía. Varios negros liberados y residentes mulatos se dieron cuenta del origen de la enfermedad e intentaron alertar a las autoridades. Fueron ignorados. El brote fue diagnos­ticado como una forma de rabia. El primer grupo de personas que se infectó fue encerrado en la cárcel de la ciudad. A los que mordieron mientras intentaban contenerlos los enviaron a casa sin ofrecerles tratamiento alguno. En cuarenta y ocho horas, todo Castries era un caos. La milicia local, al no saber cómo detener el ataque, fue aplastada y consumida. Los blancos que quedaban consiguieron huir a las plantaciones de las afueras. Como a muchos de ellos les habían mordido, al final extendie­ron la infección a la isla entera. Diez días después, el 50 % de la población blanca había muerto. El cuarenta por ciento, más de varios cientos de individuos, merodeaban por la isla convertidos en zombis resucitados. El resto escapó en las diferentes embar­caciones que pudieron encontrar o permanecieron escondidos en las dos fortalezas de Vieux Fort y Rodney Bay. Esto dejó una considerable fuerza de esclavos negros que se encontraron ahora libres pero a merced de los no muertos.
A diferencia de los habitantes blancos, los antiguos escla­vos tenían un profundo conocimiento cultural de su enemigo, una ventaja que reemplazó al pánico con la determinación. Los esclavos de todas las plantaciones se organizaron en equipos de caza muy disciplinados. Armados con antorchas y machetes (los blancos que huyeron se habían llevado con ellos todas las armas de fuego) y aliados con los negros y los mulatos liberados que quedaban (Santa Lucía tenía comunidades pequeñas pero importantes de ambas razas), rastrearon la isla de norte a sur. Se comunicaban con tambores, por lo que los equipos compartían la inteligencia y las tácticas de batalla coordinadas. Como una ola, lenta y premeditada, limpiaron Santa Lucía en siete días. Los blancos que se encontraban aún en los fuertes se negaron a unirse a la pelea, porque su intolerancia racial se unía a su cobardía. Diez días después de acabar con el último zombi, las tropas de las colonias británica y francesa llegaron. Inmediata­mente, todos los que habían sido esclavos volvieron a ser enca­denados. Los que se resistieron fueron ahorcados. Como el inci­dente se registró como una sublevación de los esclavos, todos los negros y mulatos que habían sido liberados volvieron a ser esclavizados o ahorcados por ayudar en la supuesta rebelión. Aunque no existen registros escritos, un relato oral ha llegado hasta nuestros días. Se rumorea que existe un monumento en algún lugar de la isla. Ningún residente declarará dónde está localizado. Si uno puede sacar una lección positiva de Castries es que un grupo de civiles, motivados y disciplinados, con las armas más primitivas y una comunicación básica, puede formar un equipo formidable para cualquier ataque zombi.


1807 D. C, PARÍS, FRANCIA

Un hombre fue admitido en el Cháteau Robinet, un hospital para criminales dementes. El informe oficial archivado por el doctor Reynard Boise, administrador jefe, relata: «El paciente parece incoherente, casi animal, con un deseo insaciable de violencia. [...] Tiene una mandíbula que muerde como la de un perro rabioso. Consiguió herir con éxito a uno de los pacientes antes de que lo ataran». Lo historia que siguió consiste en el interno herido recibiendo un tratamiento escaso (le vendaron las heridas y le dieron un trago de ron) y entonces siendo colocado en una celda común con más de cincuenta hombres y mujeres. Lo que siguió días después fue una orgía de violencia. Los guardas y los doctores, demasiado asustados por los gritos que salían de la celda, se negaron a entrar hasta que hubo pasado una semana. Para enton­ces, lo único que quedaba eran cinco infectados, zombis parcial­mente devorados y las partes diseminadas de varias docenas de cadáveres. Boise pronto dimitió de su puesto y se retiró a la vida privada. Poco sabemos sobre lo que les pasó a los muertos andantes o al primer zombi que llevaron a la institución. El propio Napo­león Bonaparte ordenó que cerraran el hospital, lo purificaran y lo convirtieran en una casa de convalecencia para los veteranos del ejército. Además, no se sabe nada sobre la procedencia del primer zombi, cómo contrajo la enfermedad o, de hecho, si infectó a alguien más antes de ser enviado al Cháteau Robinet.


1824 D. C, SUDAFRICA

Este extracto fue tomado del diario de H. F. Fynn, miembro de la expedición británica original que conoció, viajó y negoció con el gran rey zulú Shaka.

El kraal era un hervidero de vida. [...] El joven noble se adelantó en dirección al centro del establo. [...] Cuatro de los mejores guerreros del rey trajeron un cuerpo; lo traían atado de pies y manos [...] una bolsa hecha de piel de vaca le cubría la cabeza. Este tejido servía para cubrir también las manos y los antebrazos de los guardias, de modo que su piel nunca tocara la del condenado. [...] El joven noble agarró su azagaya (una lanza punzante de más de un metro de longitud) y se lanzó de un salto al establo. [...] El rey dio la orden con un grito y ordenó a sus guerreros que arrojaran la carga al kraal. El conde­nado se pegó contra la dura tierra, haciendo ademanes como un hombre borracho. La bolsa de piel se le escurrió de la cabeza [...] su cara, para mi asombro, estaba terri


    

blemente desfigurada. Una gran protuberancia de carne había desaparecido de su cuello como si se la hubiera arrancado una bestia inmunda. Le habían arrancado los ojos, y el abismo que quedaba en ellos miraba fijamente al Infierno. De sus heridas ni siquiera fluía una gota diminuta de sangre. El rey levantó la mano, acallando a la multitud frenética. El silencio llenaba el kraal; un silencio tan completo que los pájaros parecieron obedecer la poderosa orden del rey. [...] El joven noble alzó su azagaya hasta el pecho y pronunció una palabra. Su voz era demasiado sumisa, demasiado suave para alcanzar mis oídos El hombre sin embargo, el pobre diablo, debió escuchar la voz solitaria. Volvió la cabeza lentamente, con la boca muy abierta. De sus labios magullados y rajados salió un aullido tan aterrador que hizo que me temblaran todos los huesos. El monstruo, ahora estaba convencido de que era un monstruo, se dirigió encorvado hacia el noble. El joven zulú blandió su azagaya. La agitó delante de él incrustando la oscura cuchilla en el pecho del monstruo El demonio no calló, no murió, no parecía que le hubieran agujereado el corazón. Simplemente continuó acercándose firme, imparable. El noble se retiró, temblando como una hoja cuando la lleva el viento. Se tropezó y cayó sobre la tierra que se unió a su cuerpo sudado. La multitud permaneció en silencio, mil estatuas de ébano observaban aquella trágica escena. [...] Entonces Shaka, de un salto, entró al establo y bramó: «¡Sóndela, sóndela!». Enseguida el monstruo dejó al noble que yacía en el suelo y se dirigió al rey. Con la rapidez de la bala de un mosquete, Shaka agarró la azagaya del pecho del monstruo y la dirigió hacia una de las vacías cuencas de los ojos. Entonces giró el arma como lo haría un campeón de esgrima, dando vueltas a la punta de la cuchilla dentro del cráneo del monstruo. La criatura abominable cayó de rodillas ante él, luego se tumbó, enterrando su abominable cara en la roja tierra africana.

La historia acaba bruscamente aquí. Fynn nunca explicó qué le pasó al noble condenado o al zombi que aniquilaron. Natu­ralmente, este rito de paso ceremonial plantea varias preguntas interesantes: ¿Cuándo comenzó a utilizarse a los zombis de este modo? ¿Los zulúes tienen más de un gul para este propósito? De ser así, ¿de qué modo los consiguen?


1839 D. C, ESTE DE ÁFRICA

El diario de viaje de Sir James Ashton-Hayes, uno de los muchos incompetentes europeos en busca del nacimiento del Nilo, revela la probabilidad de un ataque zombi y una respuesta organizada y culturalmente aceptada.

Llegó al pueblo muy temprano aquella mañana, era un joven negro con una herida en el brazo. Evidentemente al pobre salvaje le había fallado la lanza y la cena que espe­raba se había esfumado. Por muy gracioso que parezca, los acontecimientos que siguieron me parecieron tremen­damente bárbaros. [...]En el pueblo, tanto el doctor como el jefe de la tribu examinaron la herida, oyeron la histo­ria del joven hombre y asintieron con la cabeza sobre una decisión secreta. El hombre herido, entre lágrimas, se despidió de su mujer y su familia [...] obviamente, según sus costumbres, el contacto físico no está permitido, luego se arrodilló ante el jefe. [...]El anciano cogió un garrote largo con la punta de hierro y entonces lo clavó en la cabeza del condenado, aplastándola como a un gigante huevo negro. Casi de inmediato, diez guerreros de la tribu tiraron sus lanzas, desenvainaron los primitivos sables y pronunciaron un cántico extraño: «Nagamba ekwaga mili eereeah enge». A continuación, simplemente se dirigieron hacia la sabana. El cuerpo del desgraciado salvaje, para horror mío, fue desmembrado y quemado mientras las mujeres de la tribu sollozaban frente a la columna de humo. Cuando consulté a nuestro guía para que me diera algún tipo de explicación, simplemente encogió su diminuta figura y respondió: «¿Quiere que se levante de nuevo esta noche?». Un pueblo raro, estos salvajes.

Hayes se niega a decir exactamente qué tribu era y los estudios posteriores han revelado que todos sus datos geográficos, lamentablemente, no son precisos. (No es de extrañar que nunca encontrara el Nilo.) Por suerte, el grito de guerra se identifico más tarde como «Njamba egoaga na era enge», una frase kikuyi que significa «Juntos peleamos y juntos ganamos o expiramos» Esto dio a los historiadores una pista de que se encontraba al menos en lo que actualmente en la moderna Kenia.


1848 D. C, CORDILLERA OWL CREEK, WYOMING

Aunque probablemente no se trate del primer ataque zombi en EEUU, se trata del primero que fue registrado. Un grupo de cincuenta y seis pioneros conocidos como la Partida Knudlian desapareció en la zona central de las Montañas Rocosas de camino a California. Un año después, una segunda expedición descubrió los restos de un campamento base que se creyó que había sido su último lugar de descanso.

Las señales de la batalla eran obvias. Restos de equipo roto estaban desparramados entre los carros calcinados. También descubrimos los restos de al menos cuarenta y cinco personas. Entre las muchas heridas, todos compartían una fractura en el cráneo. Algunos de los agujeros parecían de bala, otros de instrumentos romos como marti­llos e incluso rocas. [...] Nuestro guía, un hombre con muchos años de experiencia en aquellos bosques, creía que no se trataba de la obra de indios salvajes. Después de todo, decía, ¿por qué habrían de matar a nuestra gente sin llevarse los caballos y los bueyes? Contamos los esquele­tos de todos los animales y tuvimos que darle la razón. [...] Hubo otro factor que encontramos más alarmante y era el número de heridas por mordeduras que tenían los muertos. Como ningún animal, ni el lobo blanco aulla­dor ni la hormiga diminuta, había tocado sus cadáveres, obviamos su participación en lo acontecido. En la fron­tera siempre contaban historias sobre caníbales, pero nos horrorizaba creer que tales cuentos sobre un salvajismo tan impío pudieran ser ciertos, especialmente después de un cuento tan horrible como el de la Expedición. [...] Sin embargo, lo que no pudimos comprender fue por qué se habían comido entre ellos tan rápido si aún no se habían acabado las provisiones de comida.

Este pasaje proviene de Arne Svenson, una maestra que se convirtió en colonizadora y granjera de la segunda expedición, Esta historia en sí misma no prueba necesariamente que se trate de un brote de Solanum. Aparecerán pruebas más sólidas, pero habrá que esperar otros cuarenta años.


1852 D. C, CHIAPAS, MÉXICO

Un grupo de cazadores de tesoros americanos de Boston, James Millar, Luke MacNamara y Willard Donglass, viajaron a esta región remota en la jungla con el propósito de saquear unas supuestas ruinas mayas. Mientras permanecían en el pueblo de Tzinteel, fueron testigos del entierro de un hombre al que tacha­ban de ser «un bebedor de la sangre de Satán». Vieron que el hombre estaba herido, amordazado y aún vivo. Al creer que se trataba de una ejecución bárbara, los estadounidenses lograron rescatar al condenado. Una vez que le quitaron las cadenas y la mordaza, el prisionero atacó al instante a los liberadores. Loa disparos no hacían efecto alguno. Mató a MacNamara; los otros dos fueron heridos levemente. Un mes más tarde, sus familias recibieron una carta fechada el día después del ataque. En sus páginas, los dos hombres relataban los detalles de su aventura, incluyendo una declaración jurada de que su amigo asesinado había «vuelto a la vida» después del ataque. También escri­bieron que sus heridas superficiales de mordedura se estaban ulcerando y que empezaban a tener una horrible fiebre. Prometían descansar unas semanas en Ciudad de México para que les tratara un médico y luego volverían a Estados Unidos lo antes posible. Nunca más se supo de ellos.


1867 D. C, OCÉANO ÍNDICO

Un barco de vapor inglés para el correo, el RMS Rona, que transportaba a 137 convictos a Australia, ancló en Bijoutier Island para ayudar a un barco sin identificar que apareció varado en un banco de arena. La partida que enviaron descubrió a un zombi con la espalda rota, arrastrándose por las cubiertas desiertas del barco. Cuando intentaron ofrecerle ayuda, el zombi se inclinó hacia delante y mordió en los dedos a uno de los marineros Mientras otro marino cortaba la cabeza al zombi con su sable los otros cogieron al camarada herido para llevarlo de vuelta al barco. Aquella noche, colocaron al marinero herido en su litera y le dieron un trago de ron y el cirujano del barco le prometió que lo examinaría al amanecer. Aquella noche, el nuevo zombi resucitó y atacó a sus compañeros de abordo. El capitán, con un ataque de pánico, ordenó que taparan con tablas la carga, que encerraran dentro a los convictos con el gul y que conti­nuaran el viaje a Australia. El resto del viaje, el resonar cons­tante de los gritos se convirtió en gemidos. Varios tripulantes juraron oír los chillidos de agonía de las ratas mientras se las comían vivas.
Tras seis semanas en el mar, el barco echó el ancla en Perth. Los oficiales y la tripulación remaron a tierra para informar al alcalde mayor sobre lo que había ocurrido. Al parecer, nadie creyó las historias de aquellos marineros. Enviaron un contin­gente de tropas regulares para, y sólo por esa razón, que escol­laran a los prisioneros. El RMS Rona permaneció anclado cinco días, esperando a que llegaran dichas tropas. El sexto día, una tormenta rompió la cadena del ancla del barco, lo desplazó varias millas a través de la costa y lo estrelló contra un arre­cife. Los habitantes del pueblo y la antigua tripulación del barco no encontraron rastro alguno de los no muertos. Lo único que quedó fueron huesos de humanos y huellas que llevaban tierra adentro. La historia del Rona era común entre los marineros a finales del siglo diecinueve y comienzos del veinte. Los regis­tros del almirantazgo indican que el barco se perdió en el mar.


1882 D. C, PIEDMONT, OREGÓN

Las pruebas del ataque provienen de una partida humanitaria enviada para investigar un pequeño pueblo con una mina de hierro después de dos meses de aislamiento. Este grupo encontró Piedmont en ruinas. Muchas de las casas estaban quemadas. Las que aún quedaban en pie estaban llenas de agujeros de bala. Lo peculiar era que los agujeros dejaban ver que todos los tiros se habían dado desde el interior, como si la lucha hubiera tenido lugar entre aquellas paredes. Más impactante aún fue el descu­brimiento de veintisiete esqueletos mutilados y medio comidos. Una primera teoría considerando el canibalismo quedó descartada cuando se encontraron los almacenes del pueblo con suficiente comida para un invierno entero. Cuando investigaron la mina, la partida humanitaria realizó su último y más terrorífico descubrimiento. Habían hecho estallar desde dentro la entrada, Encontraron cincuenta y ocho hombres, mujeres y niños, todos muertos de inanición. Los rescatadores determinaron que habla suficiente comida para varias semanas almacenada y que se había consumido, por lo que sugirió que estuvieron allí encerrados más tiempo. Una vez que se realizó un recuento minucioso de los cadáveres, algunos mutilados y otros muertos de inanición, faltaban al menos treinta y dos de los ciudadanos.
La teoría que acepta un mayor grupo de personas es que, por algún motivo, un gul o un grupo de gules surgieron de los bosques y atacaron Piedmont. Tras una batalla corta y violenta los supervivientes llevaron toda la comida que pudieron a la mina. Después de encerrarse, lo más probable es que estás personas esperaran un rescate que nunca llegó. Se puede sospe­char que, antes de tomar la decisión de refugiarse en la mina, uno o más supervivientes intentaran realizar un viaje complicado a través de los bosques en busca del puesto de vigilancia más cercano. Como no existe ningún registro ni se encontraron los cuerpos, es lógico asumir que estos mensajeros mencionados antes murieran en el bosque o fueran engullidos por los no muertos. Si allí hubo zombis, no se sabe por qué no recuperaron los restos de ninguno. Tras el incidente de Piedmont no hubo un encubrimiento oficial. Los rumores hablan de una plaga, una avalancha, una lucha interna y el ataque de los «indios salvajes» (no hay nativos americanos que vivan allí, ni siquiera cerca de Piedmont). Nunca volvió a abrirse la mina. La compañía minera Patterson (propietaria de la mina de la ciudad) pagó 20 dolares en compensación a cada pariente de los residentes de Piedmont a cambio de su silencio. La prueba de esta transacción aparece en los libros de cuentas de la compañía. Esto se descubrío cuando la corporación se declaró en bancarrota en 1931. No hubo investigaciones posteriores.


1888 D. C, HAYWARD, WASHINGTON

Este pasaje describe la aparición del primer cazador de zombis profesional de América del Norte. El incidente comenzó cuando un cazador de pieles llamado Gabriel Allens llegó dando banda­zos al pueblo con un corte profundo en el brazo. «Allens habló de un espíritu que deambulaba en forma de hombre poseído, con la piel tan gris como la piedra y los ojos fijos en la nada. Cuando Allens se aproximó al desdichado, este liberó un atroz gemido y mordió al cazador en el antebrazo derecho.» Este pasaje procede del diario de Jonathan Wilkes, el doctor del pueblo que trató a Allens después del ataque. Se sabe muy poco sobre cómo se expandió la infección de la primera víctima al resto de miem­bros del pueblo. Algunos datos sugieren que la siguiente víctima fue el doctor Wilkes y a continuación tres hombres que intenta­ron atarlo. Seis días después del ataque inicial, Hayward sufría un asedio. Muchos se escondieron en sus casas y en la iglesia del pueblo mientras los zombis atacaban implacables las barricadas. Aunque había muchas armas de fuego, nadie se dio cuenta de la necesidad de pegarles un tiro en la cabeza. La comida, el agua y la munición se acabaron en seguida. Nadie creía que pudieran aguantar otros seis días.
Al amanecer del séptimo día, llegó un lakota llamado Elija Black. A caballo, con un sable del Ejército de Caballería de EEUU, decapitó a doce gules los primeros veinte minutos. Enton­ces, Black usó un pedazo de madera carbonizado para dibujar un círculo alrededor de la torre de agua del pueblo antes de subir a lo más alto de ella. Entre gritos, una corneta vieja del ejército y su caballo atado como cebo, se las arregló para atraer a todos los muertos andantes que había en el pueblo hacia su posición.
El que entraba en el círculo recibía un tiro en la cabeza con un rifle Winchester. De este modo cuidadoso y disciplinado, Black eliminó a la horda al completo, cincuenta y nueve zombis, en seis horas. Para cuando los supervivientes se dieron cuenta de lo que había ocurrido, su salvador se había ido. Los relatos posterio­res consiguieron reunir los antecedentes de Elija Black. Cuando tenía quince años, él y su abuelo estaban cazando cuando se encontraron con la masacre de la Partida Knudhansen. Al menos uno de los miembros había sido infectado previamente y, una vez reconvertido, había atacado al resto del grupo. Black y su abuelo acabaron con los otros zombis a golpes de tomahawk en la cabeza, decapitándolos y quemándolos. Uno de los supervi­vientes, una mujer de treinta años, explicó cómo se extendió la infección y cómo la mitad de la partida ahora resucitada había deambulado por el bosque. Entonces confesó que sus heridas y las de otras personas eran maldiciones incurables. De común acuerdo, suplicaron su muerte.
Tras este asesinato en masa por compasión, el viejo lakota le reveló a su nieto que le había ocultado la herida de una morde­dura que había sufrido durante la batalla. La última persona a la que dio muerte ese día Elija Black fue su propio abuelo. Desde ese momento, dedicó su vida a cazar el resto de zombis de la Partida Knudhansen. En cada encuentro, aprendía más y conseguía mayor experiencia. Aunque nunca llegó a Piedmont, consiguió eliminar a nueve de los zombis del pueblo que habían deambulado por el bosque. Cuando ocurrió lo de Hayward, Black se había convertido, con toda probabilidad, en el principal estudioso de campo, rastreador y asesino de no muertos del mundo. Se sabe muy poco sobre el resto de su vida o cómo terminó finalmente En 1939 se publicó su biografía tanto en forma de libro como en una serie de artículos que aparecieron en periódicos ingleses Como no se conserva ninguna versión, es imposible saber con exactitud en cuántas batallas luchó Black. Hay en marcha una investigación para localizar las copias perdidas de su libro.


1893 D. C, FORT LOUIS PHILIPPE, COLONIA FRANCESA DEL NORTE DE ÁFRICA

El diario de un oficial subalterno en la legión extranjera francesa relata uno de los brotes más serios de la historia:

Llegó tres horas después del amanecer; un árabe solita­rio a pie, al borde de la muerte por el sol y la sed. [...] Tras un día de reposo, con un tratamiento y agua, relató la historia de una plaga que convirtió a las víctimas en bestias caníbales. [...] Antes de que nuestra expedición pudiera ir a investigar, los vigías de la muralla sur avista­ron lo que parecía ser un rebaño de animales al horizonte. [....] A través de mis lentes, pude ver que no se trataba de bestias sino de hombres. Su piel carecía de color, sus ropas estaban raídas y andrajosas. Cuando el viento cambió en nuestra dirección, primero nos trajo un gemido marchito y, a continuación, el hedor de la descomposición de aque­llas personas. [...] Supusimos que estos pobres misera­bles venían pisando los talones a nuestro superviviente. No podemos saber cómo se las arreglaron para cruzar tal distancia, sin comida ni agua. [...] Las llamadas y los avisos no produjeron respuesta alguna. [...] Las explo­siones de nuestros cañones no consiguieron dispersar­los. [...] ¡Parecía que los disparos de los rifles de largo alcance no surtían efecto! [...] En seguida, enviamos a caballo al cabo Strom a Bir-El-Ksaib mientras cerrába­mos las puertas y nos preparábamos para un ataque.

El ataque pasó a ser el asedio no muerto más largo jamás registrado. Los legionarios fueron incapaces de llegar a enten­der el hecho de que sus atacantes estuvieran muertos y gastaban la munición propinando disparos al torso. Los tiros que acci­dentalmente daban a la cabeza no eran suficientes para persuadirles de esta táctica victoriosa. Nunca volvieron a saber nada del cabo Strom, el hombre que enviaron en busca de ayuda. Se ha supuesto que encontró su destino con los árabes hostiles o en el desierto. ¡Sus camaradas en el fuerte permanecieron asedia­dos durante tres años! Por suerte, acababa de llegar una carreta con provisiones. Había agua disponible del pozo que impulsó la construcción del fuerte. Los animales y los caballos al final tuvieron que sacrificarse y los racionaron como último recurso. Durante este tiempo, el ejército de no muertos, algo más de quinientos, continuaban rodeando las murallas. El diario cuenta que, con el tiempo, algunos fueron derribados con explosivos caseros, cócteles Molotov improvisados e incluso arrojaban piedras grandes desde el pretil. Sin embargo, no era suficiente para terminar con el asedio. Los gemidos constantes volvie­ron locos a algunos hombres e hizo que dos de ellos se suici­daran. Varios intentaron saltar la muralla y correr para salvarse. Todos los que lo intentaron fueron rodeados y despedazados. Un intento de motín redujo aún más sus filas, dejando el número de supervivientes en sólo veintisiete personas. En ese momento, el comandante de la unidad decidió intentar un plan más desesperado:

Todos los hombres se equiparon con todo el agua que pudieron y la poca comida que quedaba. Destruyeron todas las escaleras y escalinatas del pretil. [...] Nos reuni­mos en la muralla sur y empezamos a llamar a nuestros torturadores, reuniéndolos a casi todos a las puertas. El coronel Drax, con la valentía de un hombre poseído, bajo a la plaza de armas y quitó el cerrojo. De repente, la multitud hedionda entró en tropel en la fortaleza. El coronel se aseguró de proporcionarles el señuelo perfecto y los miserables lo siguieron a través de la plaza de armas, por los barracones y el comedor, por la enfermería [...] estaba a punto de ponerse a salvo cuando una mano, mutilada y podrida se aferró a su bota. Nosotros continuábamos llamando a las criaturas con abucheos y silbidos, saltando como monos salvajes. ¡Llamábamos a aquellas criatu­ras para que entraran en nuestro fuerte! [...] Dorset y O 'Toóle bajaron a la muralla norte [...] corrieron hacia la puerta y la cerraron. [...] Las criaturas que había dentro, rabiosas e irreflexivas, ¡no pensaron en abrirlas de nuevo! Al empujarse entre ellas hacia las puertas que se abrían hacia el interior, lo único que consiguieron fue quedarse más atrapadas aún.

En aquel momento los legionarios bajaron de un salto al desierto, mataron a los pocos zombis que había a las afueras de las murallas en un combate cuerpo a cuerpo depravado y a continuación recorrieron casi cuatrocientos kilómetros hasta el oasis más cercano, en Bir Ounane. Los registros del ejército no hablan de este asedio. No existe una explicación sobre por qué, cuando los despachos regulares dejaron de llegar de Fort Louis Philippe, no se enviaron equipos de investigación. El único gesto oficial hacia cualquiera de los involucrados en el incidente fue la corte marcial y el encarcelamiento del coronel Drax. La tras­cripción de su juicio, incluyendo los cargos, no se han revelado. Hubo rumores sobre el brote en la legión, el ejército y la socie­dad francesa durante décadas. Se escribieron muchos cuentos sobre «el asedio del Diablo». A pesar del rechazo del incidente, la legión extranjera francesa nunca volvió a enviar otra expedi­ción a Fort Louis Philippe.


1901 D. C, LU SHAN, FORMOSA

Según Bill Wakowski, un marinero americano que servía en la flota asiática, varios campesinos de Lu Shan se levantaron de sus camas y atacaron al pueblo. Debido a la lejanía y a la falta de comunicación por cable (teléfono/telégrafo), en Taipei no pudieron recibir noticias hasta siete días después.

Misioneros estadounidenses, rebaño del pastor Alfred, pensaron que se trataba del castigo de Dios hacia los chinos por no aceptar Su palabra. Sabían que la fe y el Santo Padre sacarían al diablo que llevaban dentro. Nuestro maestro les ordenó no moverse de allí hasta que pudiera reunir una escolta armada. El pastor Alfred no supo de ella. Mientras el viejo hombre enviaba un tele­grama para pedir ayuda, se dirigieron al río. [...] Nues­tra partida en tierra y un pelotón de tropas nacionalistas llegaron al pueblo a mediodía. [...] Había cuerpos y restos de ellos por todas partes. El suelo estaba pegajoso. Y el olor, por Dios santo, ¡qué olor! [...] Entonces una de esas cosas surgió de entre la niebla, unas criaturas desagrada­bles, unos diablos con forma humana. Les bloqueamos el paso durante al menos noventa metros. No funcionó nada. Ni los rifles Krag, ni el cañón Gatling. [...] Creo que Rilev perdió el juicio. Preparó su bayoneta e intentó ensartar a una de aquellas bestias. A su alrededor se unieron doce más. ¡Con la velocidad del rayo pasó a ser sólo huesos! ¡Resultaba espantoso! [...] Y llegó, como un brujo calvo, un doctor o un monje, como quieras llamarlo [...] balanceando lo que al parecer era una pala lisa con una cuchilla en forma de luna menguante [...] debía de haber diez, tal vez veinte cadáveres a sus pies [...] corría, hablando sin cesar como un loco, señalando a su cabeza y más tarde a la del resto. El viejo hombre, sólo Dios sabe cómo reco­noció lo que el chino estaba murmurando: nos ordenó que consiguiéramos todas las cabezas de las bestias. [...] Les disparamos a quemarropa. [...] Mientras recogíamos los cuerpos, descubrimos entre los chinos unos cuantos hombres blancos, nuestros misioneros. Uno de los nuestros encontró un monstruo con la columna aplastada por ­las balas. Aún estaba vivo, agitando los brazos, separando sus dientes sangrientos ¡dejando escapar aquel gemido nauseabundo! El viejo hombre lo reconoció: era el pastor Alfred. Rezó un padrenuestro y a continuación le pegó un tiro al padre en la sien.

Wakowski vendió su relato a la revista sobre misterios Cuen­tos macabros, un acto que le supuso la expulsión de su cargo y el encarcelamiento. Cuando salió de la cárcel, Wakowski se negó a concertar más entrevistas. En la actualidad, la Marina de EEUU niega la historia.


1905 D. C, TABORA, TANGANICA, COLONIA ALEMANA AL ESTE DE ÁFRICA

Las trascripciones del juicio afirman que un guía nativo al que sólo se conocía como «Simón» fue arrestado e imputado por decapitar a un famoso cazador blanco, Kart Seekt. El abogado defensor de Simón, un terrateniente holandés llamado Guy Voorster, explicó que su cliente creía que en realidad había reali­zado una hazaña heroica. En palabras de Voorster:

El pueblo de Simón cree que existe una enfermedad que arrebata la fuerza de la vida a los hombres. En su lugar queda el cuerpo, muerto aunque aún con vida, sin sentido de uno mismo ni de sus alrededores y cuya única fija­ción es el canibalismo. [...] Además, las víctimas de este monstruo no muerto se levantan de la tumba para devo­rar a más víctimas. Este ciclo se repetirá, una y otra vez, hasta que no quede nadie sobre la faz de la Tierra excepto estas abominables criaturas. [...] Mi cliente afirma que la víctima en cuestión regresó a su campamento base con dos días de retraso, deliraba y tenía una herida inexplica­ble en el brazo. Horas más tarde fallecía. [...] Entonces mi cliente me explicó que Herr Seerkt se levantó de su lecho de muerte para morder al resto de su partida. Mi cliente usó un cuchillo indígena para decapitar a Herr Seerkt y quemó su cabeza en la hoguera.

El señor Voorster añadió rápidamente que no estaba de acuerdo con el testimonio de Simón y lo utilizó para probar que estaba loco y que no debían ejecutarlo. Como la defensa de un demente sólo se aplicaba a los hombres blancos y no a los africa­nos, Simón fue condenado a morir en la horca. Todos los regis­tros del juicio se conservan todavía, aunque en muy malas condi­ciones, en Dares Salaam, Tanzania.


1911 D. C, VITRE, LUISIANA

Esta leyenda americana común contada en bares y en vestua­rios de instituto por todo el Sur Profundo, tiene sus raíces en un hecho histórico documentado. La noche de Halloween, varios jóvenes cajún tomaron parte en un reto que consistía en quedarse en el pantano desde medianoche hasta el amanecer. En la zona se decía que originariamente los zombis descendían desde la plantación de una familia y merodeaban por la ciénaga, consumiendo o reanimando a cualquier humano que se cruzara en su camino. A las doce de la mañana del día siguiente, ninguno de las adolescentes había regresado de su reto. Se organizó una partida de búsqueda para explorar la ciénaga. Se vieron atacados por al menos treinta gules, entre los que se encontraban los jóvenes. La partida se retiró y sin darse cuenta mostraron el camino de vuelta a Vitre a los no muertos. Mientras los habitantes formaban barricadas en sus casas, un ciudadano, Henri de la Croix, creyó que empapar a los no muertos con melaza atraería a millones de insectos que se encargarían de devorarlos. El plan falló, y De la Croix escapó vivo a duras penas. Empaparon a los no muertos de nuevo, esta vez con queroseno, y les prendie­ron fuego. Sin percatarse de las consecuencias de este acto, los habitantes de Vitre vieron con horror cómo los gules prendían fuego a todo lo que tocaban. Varias víctimas, atrapadas dentro de edificios con barricadas, se quemaron vivas mientras otras huían al pantano. Varios días después, unos voluntarios para el rescate contaron un total de cincuenta y ocho supervivientes (en el pueblo vivían 114). Vitre se había quemado por completo. Había no muertos y humanos entre los cadáveres. Cuando las bajas de Vitre se añadieron a la cantidad de cadáveres de zombis que encontraron, al menos faltaban quince cuerpos. Los regis­tros oficiales del gobierno en Baton Rouge describen el ataque como «un comportamiento alborotado de la población negra», una explicación curiosa ya que el pueblo de Vitre era entera­mente blanco. Cualquier prueba de un brote zombi proviene de cartas privadas y diarios que se hallan entre los descendientes de los supervivientes.


1913 D. C, PARAMARIBO, SURINAM

Mientras el doctor Ibrahim Obeidallah puede que fuera el primero en expandir el conocimiento humano sobre los no muer­tos, no fue (afortunadamente) el último. El doctor Jan Vanderhaven, muy conocido en Europa por su estudio de la lepra, llegó a la colonia de América del Sur para estudiar un extraño brote de esta familiar enfermedad.

Los cuerpos infectados muestran síntomas similares a los que se dan por todo el planeta: úlceras purulentas, piel moteada, la carne, al parecer, en proceso de descomposi­ción, etc. Sin embargo, todas las similitudes con las afecciones convencionales terminan aquí. Estas pobres almas parecen haber perdido por completo la cabeza. [...] No dan muestra de ningún pensamiento racional ni recono­cen nada que les sea familiar: [...] Tampoco duermen ni beben agua. Rechazan todo tipo de comida excepto aquella que esté viva. [...] Ayer, un enfermero en el hospital, por puro juego, y desobedeciendo mis órdenes, arrojó una rata herida a la celda de los pacientes. Inmediatamente, uno de ellos agarró al bicho y se lo tragó entero. [...] El infectado se volvió casi de inmediato rabioso y hostil. [...] Mordía a todo lo que se le acercaba, enseñando los dientes como si fuera un animal. [...] Una visitante, una mujer influyente que desafió todas las normas del hospi­tal, fue posteriormente mordida por su esposo infectado. A pesar de que se utilizaron todos los métodos de trata miento conocidos, ella entró en colapso rápidamente a causa de la herida y murió horas más tarde ese mismo día. [...] Llevaron el cuerpo a la plantación de la familia. [...] A pesar de mis súplicas, no me permitieron realizarle la autopsia por la falta de decoro que suponía. [...] Anoche denunciaron el robo del cadáver. [...] Los experimentos con alcohol, formalina y una tela a 90 grados centígrados han eliminado la posibilidad de que se trate de una bacteria. [...] Además, debo deducir que el agente es un fluido vivo contagioso [...] apodado «Solanum».

(«Fluido vivo contagioso» era un término común antes de adoptar la palabra latina virus.) Estos extractos provienen de un estudio de doscientas páginas, realizado durante un año por el doctor Vanderhaven, sobre este nuevo descubrimiento. En dicho estudio, está documentada la tolerancia del zombi al dolor, su aparente falta de respiración, el lento proceso de descomposición, la falta de rapidez, la agilidad limitada y la ausencia de cicatrización. Debido al comportamiento violento de estos sujetos y al miedo aparente de los enfermeros del hospital, Vander­haven nunca fue capaz de acercarse lo suficiente para hacer una autopsia completa. Por este motivo, fue incapaz de descubrir que los muertos vivientes eran sólo eso. En 1914, regresó a Holanda y publicó su trabajo. De forma irónica, ni recibió alabanzas ni quedó en ridículo con la comunidad científica. Su historia, como muchas otras de la época, quedó eclipsada por el estallido de la Primera Guerra Mundial. Existen copias olvidadas de este trabajo en Amsterdam. Vanderhaven volvió a practicar la medi­cina convencional en las Indias Orientales holandesas (Indone­sia), donde posteriormente murió de malaria. El mayor adelanto de Vanderhaven fue el descubrimiento de un virus como culpa­ble de la creación de los zombis y fue la primera persona en atribuirle el nombre de «Solanum». No se sabe por qué eligió este término. Aunque su trabajo no fue aplaudido por sus contempo­ráneos europeos, ahora se lee en todo el mundo. Desafortunada­mente, un país dio a los hallazgos del buen doctor un uso devas­tador. (Véase «1942-45 d. C, Harbin», pp. 272-274.)


1923 D. C, COLOMBO, CEILAN

Este relato procede de The Oriental, un periódico para los britá­nicos que vivían alejados de su patria en la colonia del océano Indico. Christopher Wells, copiloto de las líneas aéreas British Imperial, fue rescatado de una balsa hinchable después de pasar catorce días en el mar. Antes de morir debido a tal exposición, Wells explicó que habían transportado un cadáver descubierto por una expedición británica en el monte Everest. El cadáver era de un europeo, sus ropas pertenecían al siglo pasado y no tenía documentos identificativos. Como se encontraba congelado, el líder de la expedición decidió llevarlo en el avión a Colombo para estudiarlo en profundidad. Por el camino, el cadáver se derritió, resucitó y atacó a la tripulación de la aeronave. Los tres hombres lograron vencer al asaltante aplastándole el cráneo con un extintor de incendios (como no sabían a qué se enfrenta­ban, simplemente se centraron en incapacitar al zombi). Ahora que estaban a salvo de este peligro inmediato, tenían que vérse-

las con una aeronave estropeada. El piloto mandó por radio un mensaje de socorro, pero no tuvo tiempo de enviar las coor­denadas de posición. Los tres hombres se lanzaron en paracaídas al océano, pero el comandante de la tripulación no se había dado cuenta de que el mordisco que había sufrido tendría graves consecuencias. Al día siguiente, falleció, resucitó pocas horas después e inmediatamente atacó a los otros dos hombres. Mien­tras el piloto luchaba contra el asaltante no muerto, Wells, en un ataque de pánico, echó a patadas por la borda a los dos. Después de contar -algunos dirían que confesar- su historia a las autori­dades, Wells se quedó inconsciente y murió al día siguiente. Su historia fue tomada como el delirio de un maniaco con insola­ción. Investigaciones posteriores no encontraron pruebas ni del avión, ni de la tripulación, ni del supuesto zombi.


1942 D. C, PACÍFICO CENTRAL

Durante el avance inicial de Japón, enviaron un pelotón de los marines imperiales para establecer una guarnición en Atuk, una isla de las Islas Carolinas. Varios días después de su llegada, el pelotón se vio atacado por un enjambre de zombis que procedían de la jungla. Al principio hubo muchas bajas. Al no tener ninguna información sobre la naturaleza de sus atacantes o la manera correcta de destruirlos, los marines se dirigieron a la cima de una montaña fortificada al norte de la isla. De forma un tanto irónica, como dejaban morir a los heridos, los marines que iban sobreviviendo se evitaban el peligro de llevar a los camaradas infec­tados con ellos. El pelotón se quedó atrapado en la fortaleza de la cima de la montaña varios días, sin comida, con poca agua y sin poder comunicarse con el exterior. Durante este tiempo, los gules asediaban su posición, incapaces de escalar los acantilados empinados pero impidiendo cualquier posibilidad de escapar. Después de dos semanas de encarcelamiento, Ashi Nakamura, el francotirador del pelotón, descubrió que un tiro en la cabeza resultaba fatal para el zombi. Saber esto permitió a los japoneses combatir por fin a sus atacantes. Después de acabar con los gules que había alrededor a tiro de rifle, avanzaron hasta la jungla para realizar un rastreo completo de la isla. Los relatos de los testigos cuentan que el oficial al mando, el teniente Hiroshi Tomonaga, decapitó a once zombis sólo con su catana de oficial (un argu­mento para el uso de este arma). Tras la guerra, las investigacio­nes que se realizaron y la comparación de los registros demos­tró que Atuk se trataba, con toda probabilidad, de la misma isla que Sir Francis Drake describió como «la isla de los malditos». El propio testimonio de Tomonaga, ofrecido a las autoridades estadounidenses después de la guerra, afirmaba que, una vez que pudieron comunicarse por radio con Tokio, el Alto Mando japonés envió instrucciones precisas de capturar, sin matar, los zombis que quedaran. Una vez realizada tal tarea (consiguieron atar y amordazar a cuatro gules), enviaron el submarino imperial 1-58 para recuperar los prisioneros no muertos. Tomonaga confesó que desconocía lo que había ocurrido con los cuatro zombis. Le ordenaron a él y a sus hombres no hablar sobre lo ocurrido, bajo pena de muerte.


1942-45 D. C, HARBIN, GOBIERNO TÍTERE DE JAPÓN DE MANCHUKUO (MANCHURIA)

En 1951, en su libro El sol se levantó en el Infierno, el que fuera oficial del Ejército de Inteligencia de EEUU, David Shore, deta­llaba una serie de experimentos biológicos durante la guerra dirigidos por una unidad del ejército japonés conocida como Dragón Negro. Uno de los experimentos, denominado «Flor de cerezo», se organizó especialmente para crear y entrenar zombis para introducirlos en el ejército. Según Shore, cuando las fuerzas japonesas invadieron las Indias Orientales holandesas en 1941-42, descubrieron una copia del trabajo de Jan Vanderhaven en una biblioteca médica en Surabaya. Enviaron el trabajo al cuar­tel general de Dragón Negro en Harbin para realizar estudios adicionales. Aunque se mandó realizar un plan teórico, no pudie­ron encontrar muestras de Solanum (prueba de que la ancestral Hermandad de la Vida para acabar con los zombis había hecho su trabajo muy bien). Todo esto cambió seis meses después con el incidente en la isla de Atuk. Enviaron a Harbin a los cuatro zombis retenidos. Se llevaron a cabo experimentos con tres de ellos y el cuarto se utilizó para crear otros zombis. Shore afirma que usaban a los disidentes japoneses (todo aquel que no apoyara el régimen militar) como conejillos de indias. Cuando resucitaron a un pelotón de cuarenta zombis, los operativos de Dragón Negro intentaron entrenarlos como zánganos obedientes. Obtuvieron unos resultados muy sombríos: los mordiscos convirtieron a diez de los dieciséis instructores en zombis. Tras dos años de intentos frustrados, se tomó la decisión de liberar la fuerza de los cincuenta zombis con los que ahora contaban contra el enemigo sin importar en qué condiciones estuvieran. Lanzaron en paracaídas a diez gules sobre las fuerzas británi­cas en Birmania. Atacaron el avión con fuego antiaéreo antes de que llegaran a su destino, y lo convirtieron en una bola de fuego que destruyó toda prueba de la carga no muerta. Se intentó por segunda vez enviando a diez zombis por submarino a la zona del canal de Panamá en la que EEUU participaba (esperaban que el consiguiente caos frenara la construcción en el Atlántico y la limitación en el Pacífico de los buques de guerra estadouni­denses). El submarino se hundió por el camino. Hubo un tercer intento (de nuevo en submarino) liberando a veinte zombis en el océano cerca de la costa occidental de Estados Unidos. A medio camino, mientras recorrían el Pacífico norte, el capitán del submarino informó por radio de que los zombis se habían liberado de sus ataduras y estaban atacando a la tripulación y que no tenía más opción que hundir la nave. Cuando la guerra terminó, se envió un cuarto y último ataque. Soltaron en paracaídas al resto de zombis en una madriguera de guerrillas chinas en la región de Yunnan. Nueve de los zombis que se lanzaron en paracaídas recibieron un tiro en la cabeza de los francotiradores chinos. Los tiradores de élite no se dieron cuenta de la impor­tancia que tenían sus disparos. Habían recibido siempre la orden de disparar a la cabeza. El último zombi fue capturado, atado y llevado al cuartel general personal de Mao Tse-Tung para estu­diarlo. Cuando la Unión Soviética invadió Manchukuo en 1945, todos los registros y las pruebas del proyecto «Flor de cerezo» habían desaparecido.
Shore afirma que su libro se basa en los relatos de los testimo­nios de dos operativos de Dragón Negro, hombres que él perso­nalmente interrogó después de que se rindieran ante el ejér­cito de EEUU en Corea del Sur al finalizar la guerra. Al princi­pio, Shore encontró quien le publicara su libro, una compañía pequeña e independiente conocida como Green Brothers Press. Antes de que llegara a las librerías, el gobierno ordenó confis­car todos los ejemplares. A Green Brothers Press directamente se la acusó, de manos del senador Joseph McCarthy, de publicar «material obsceno y subversivo». A causa del peso de las deudas legales la compañía quebró. David Shore fue acusado de violar la seguridad nacional y sentenciado a cadena perpetua en Fort Leavenworth, Kansas. Lo absolvieron en 1961, pero murió de un ataque al corazón dos meses después de su puesta en liber­tad. Su viuda, Sara Shore, mantuvo una copia secreta e ilegal de su manuscrito hasta su muerte en 1984. Su hija, Ana, ganó hace poco un pleito que le ha otorgado el derecho a publicarlo.


1943 D. C, COLONIA FRANCESA AL NORTE DE ÁFRICA

Este extracto proviene del interrogatorio al primer soldado raso Anthony Marno, ametrallador de cola en el bombardero B-24 del ejército de EEUU. Al regresar de una incursión nocturna contra las concentraciones de tropas alemanas en Italia, la aero­nave empezó a descender sobre el desierto de Argelia. Tenían poco combustible; el piloto vio lo que parecía ser un asenta­miento civil y ordenó a su tripulación que saltara en paracaídas. Lo que habían encontrado era Fort Louis Philippe.

Parecía sacado de la pesadilla de un crío. [...] Abrimos las puertas, no había tranca ni nada. Caminamos hacia el patio y nos encontramos con todo aquel montón de esqueletos. Montañas de ellos, ¡no bromeo! Amontonados por todas partes, como en una película. Nuestro capitán, que parecía sacudir la cabeza, dijo: «Parece que haya un tesoro enterrado aquí, ¿sabéis?». Menos mal que no había ningún cuerpo en el pozo. Nos las arreglamos para llenar las cantimploras y cogimos algunas provisiones. No había comida, pero ¿quién la querría?, ¿eh?

Marno y el resto de la tripulación fueron rescatados por una caravana árabe a ochenta kilómetros del fuerte. Cuando pregun­taron sobre aquel lugar, los árabes no respondieron. En aquel momento, el ejército de EEUU tampoco tenía los medios ni el interés para investigar unas ruinas abandonadas en mitad del desierto. Más tarde no se llevó a cabo ninguna expedición.


1947 D. C, JARVIE, COLUMBIA BRITÁNICA

Una serie de artículos de cinco periódicos diferentes cuentan los acontecimientos sangrientos y el heroísmo individual asociado con esta pequeña aldea canadiense. Los historiadores sospe­chan que el transportista Mathew Morgan, un cazador de la zona, regresó a la aldea una noche con un misterioso mordisco en el hombro. Al amanecer del día siguiente, veintiún zombis merodeaban por las calles de Jarvie. Devoraron por completo a nueve personas. Los quince humanos que quedaban hicieron una barrera en la oficina del sheriff. Un disparo fortuito de uno de los ciudadanos aguerridos demostró lo que podía hacer una bala en el cerebro. Pero para entonces la mayoría de las venta­nas estaban cubiertas, por lo que nadie podía apuntar con sus armas. Planearon trepar hasta el tejado, contactar con la oficina de teléfono y telégrafo y avisar a las autoridades en Victoria. Los supervivientes estaban a mitad de camino por la calle cuando los gules percibieron su presencia y les dieron caza. Un miembro del grupo, Regina Clark, les dijo a los otros que continuaran mien­tras ella detenía a los no muertos. Clark, armada únicamente con una carabina MI de EEUU, dirigió a los zombis hasta un callejón sin salida. Los testigos insisten en que Clark lo hizo a propósito, reuniendo a los no muertos en un lugar limitado que le permi­tiera alcanzar a un máximo de cuatro objetivos a la vez. Con una puntería fantástica y un tiempo de recarga pasmoso, Clark eliminó a todo el grupo. Varios testigos aseguran que vació un peine de quince balas en doce segundos sin fallar un solo tiro. Más pasmoso aún resultó que el primer zombi al que derribó fuera su marido. Fuentes oficiales tachan el suceso de «exposi­ción inexplicable de violencia pública». Todos los artículos que salieron en el periódico se basan en lo que dijeron los ciudadanos de Jarvie. Regina Clark se negó a ser entrevistada. Sus memorias siguen siendo un secreto guardado por su familia.


1954 D. C, THAN HOA, INDOCHINA FRANCESA

Este pasaje se tomó de una carta escrita por Jean Beart Lacoutour, un hombre de negocios francés que vivió en la antigua colonia.

El juego se llama «La danza del Diablo». Una persona viva es puesta en una jaula con una de estas criaturas. Nuestro humano sólo tiene un cuchillo pequeño, de unos ocho centímetros de largo a lo sumo. [...] ¿Sobrevivirá a su vals con el cadáver viviente? De no ser así, ¿cuánto tiempo resistirá? Se realizan apuestas sobre esta y otras variables. [...] Mantenemos un establo para ellos, los gladiadores fétidos. La mayoría son víctimas de contien­das fallidas. A algunos los cogemos de la calle. [...] Paga­mos bien a sus familias. [...] Que Dios me perdone por este pecado inimaginable.

Esta carta, junto a una considerable fortuna, llegó a La Rochelle, Francia, tres meses después de la pérdida de la Indochina francesa contra las guerrillas comunistas de Ho Chi Minh. El destino de la «Danza del Diablo» de Lacoutour se desconoce. No se ha descubierto nueva información. Un año después, el cuerpo de Lacoutour llegó a Francia, muy descompuesto, con una bala en el cerebro. La explicación del coronel norvietnamita fue el suicidio.

1957 D. C, MOMBASA, KENIA

Este extracto fue tomado del interrogatorio que realizó un oficial del ejército británico a un rebelde kikuyu capturado durante la insurrección de Mau Mau (todas las respuestas provienen de un traductor):

P: ¿A cuántos viste?
R: A cinco.
P: Descríbelos.
R: Hombres blancos, con la piel gris y llena de grietas. Algu­nos tenían heridas, marcas de mordiscos en algunas partes de su cuerpo. Todos tenían orificios de bala en el pecho. Se tambaleaban y gemían. Sus ojos no veían. La sangre chorreaba por sus dientes. El olor a carroña anunciaba su llegada. Los animales huyeron.

El intérprete masai y el prisionero comenzaron a hablar. El prisionero se quedó en silencio.

P: ¿Qué ocurrió?
R: Vinieron a por nosotros. Sacamos nuestras lalems (un arma masai, parecida al machete) y les cortamos las cabe­zas y las enterramos.
P: ¿Enterrasteis las cabezas?
R: Sí.
P: ¿Por qué?
R: Porque el fuego nos habría dado ventaja.
P: ¿No fuiste herido?
R: No estaría aquí.
P: ¿No estabas asustado?
R: Sólo tememos a los vivos.
P: ¿Así que eran espíritus diabólicos?

El prisionero ríe entre dientes.

P: ¿De qué te ríes?
R: Los espíritus diabólicos se han inventado para asustar a los niños. Estos hombres eran muertos vivientes.

El prisionero dio poca información el resto de la entrevista. Cuando le preguntaron si había más zombis sueltos, se quedó callado. La trascripción completa apareció en un tabloide britá­nico poco después ese mismo año. No se hizo nada al respecto.


1960 D. C, BYELGORANSK, UNIÓN SOVIÉTICA

Se sospecha, desde que terminó la Segunda Guerra Mundial, que las tropas soviéticas que invadieron Manchuria capturaron a la mayoría de los científicos japoneses, los datos y los experimen­tos realizados (los zombis) involucrados en el proyecto especial Dragón Negro. Recientes revelaciones han confirmado que estos rumores son ciertos. El propósito de este nuevo proyecto sovié­tico era crear un ejército secreto de muertos andantes para usarlos en la inevitable Tercera Guerra Mundial. «Flor de cerezo», rebautizada con el nombre de «Esturión», fue llevada cerca de una pequeña ciudad al este de Siberia donde había únicamente un gran edificio que servía como prisión a disidentes políticos. El emplazamiento no sólo garantizaba una total discreción sino también la disponibilidad directa de los experimentos realiza­dos. Basándonos en descubrimientos recientes, somos capa­ces de determinar que, por alguna razón, los experimentos se descontrolaron y causaron un brote de varios cientos de zombis. Algunos científicos lograron escapar a la prisión. Seguros tras los muros, se asentaron creyendo que sería un asedio de poco tiempo hasta que llegara la ayuda. Nadie vino. Algunos historia­dores creen que el aislamiento del pueblo (no había carreteras y las provisiones venían por aire) impidieron una respuesta inme­diata. Otros creyeron que como el proyecto lo había comenzado Yósif Stalin, el KGB era reacio a informar al primer ministro Nikita Khrushchev de su existencia. Una tercera teoría sostiene que el líder soviético conocía el desastre y había cercado el área con tropas para evitar una evasión, y vigilaba y esperaba para ver el resultado del asedio. Dentro de los muros de la prisión, una coalición de científicos, personal del ejército y prisioneros sobrevivían de manera bastante cómoda. Construyeron inverna­deros, cavaron pozos; consiguieron producir energía con moli­nos de viento y dinamos humanas. Se mantenía el contacto por radio con la base prácticamente a diario. Los supervivien­tes cuentan que, gracias a aquella situación, podrían aguantar hasta el invierno, cuando, con algo de suerte, los no muertos se congelaran. Tres días antes de la primera helada de otoño, un avión soviético lanzó un artilugio termonuclear tosco sobre Byelgoransk. La explosión de un megatón destruyó el pueblo, la prisión y los alrededores.
Durante décadas, el gobierno soviético explicaba el desas­tre como una prueba nuclear de rutina. No se supo la verdad hasta 1992, cuando comenzó a filtrarse la información hacia Occidente. Los rumores sobre el brote también surgieron entre los siberianos más viejos, entrevistados por primera vez por la reciente prensa libre de Rusia. Los testimonios de los oficiales de alto rango soviéticos insinuaban la verdadera naturaleza de la devastación. Muchos reconocen que Byelgoransk existió. Otros confirman que se trataba de una prisión militar y de un centro de armas biológicas. Algunos incluso van más lejos y admiten algún tipo de «brote», aunque ninguno describe exactamente lo que lo desató. La prueba más perjudicial surgió cuando Artiom Zenoviev, un gángster ruso y antiguo archivero del KGB, entregó todas las copias del informe oficial del gobierno a una fuente anónima occidental (algo por lo que le pagaron maravillosa­mente). El informe contiene transcripciones de radio, fotogra­fías aéreas (del antes y el después) y los testimonios tanto de las tropas de tierra como de la tripulación del bombardero aéreo, junto a las confesiones firmadas de los que estaban al mando del proyecto Esturión. Incluidas con este informe hay 643 páginas con datos de laboratorio en relación a la fisiología y a los patro­nes de comportamiento de los experimentos realizados con los no muertos. Los rusos se toman esta revelación como una patraña. Si esto es cierto y Zenoviev no es más que un oportunista con una imaginación brillante, entonces ¿por qué las personas que había en una lista que los hacía responsables según los infor­mes oficiales, entre los que se encontraban científicos de altura, comandantes del ejército y miembros de Politburo, fueron ejecu­tados por el KGB después de que incineraran Byelgoransk?


1962 D. C, CIUDAD SIN IDENTIFICAR, NEVADA

Los detalles de este brote son sorprendentemente incompletos, ya que ocurrieron en una zona relativamente acomodada del planeta en la segunda mitad del siglo veinte. Según fragmentos de los relatos de testigos de segunda mano, recortes de periódicos viejos y un informe de policía sospechosamente impreciso, un pequeño brote de zombis atacó y asedió a Hank Davis, un gran­jero de la zona, y a tres de sus empleados en un establo durante cinco días y noches. Cuando la policía acabó con los gules y entró en el establo, encontraron a todos los ocupantes muertos. La investigación posterior determinó que los cuatro hombres se mataron entre ellos. Más concretamente, tres hombres fueron asesinados, mientras que el cuarto se quitó la vida. No hay una razón concreta para este acontecimiento. El establo era más que seguro para soportar un ataque y sólo habían consumido la mitad de una pequeña provisión de agua y comida que tenían. La teoría actual es que el incesante gemido de los zombis, mezclado con el sentimiento de total aislamiento e impotencia, les provocó una completa crisis psicológica. No se dio una explicación oficial al brote. El caso aún «se está investigando».


1968 D. C, LAOS ORIENTAL

Esta historia la contó Peter Stavros, un paciente drogadicto y anti­guo francotirador de las Fuerzas Especiales. En 1989, mientras le evaluaban psicológicamente en el hospital para veteranos de Los Ángeles, contó esta historia al psiquiatra que le atendía. Stavros afirmaba que su equipo estaba en una misión rutinaria de búsqueda y destrucción en la frontera vietnamita. Su objetivo era un pueblo del que se sospechaba que era una zona de preparación de Pathet Lao (guerrillas comunistas). Cuando entraron en el pueblo, descu­brieron que los habitantes estaban en mitad de un asedio contra varias docenas de muertos andantes. Por razones que se desco­nocen, el líder del equipo les ordenó la retirada y luego pidió un ataque aéreo. Los bombarderos, armados con napalm, destrozaron la zona, acabando con los muertos vivientes y los supervivien­tes humanos. No existen pruebas documentadas que corroboren la historia de Stavros. Los otros miembros de su equipo están o muertos, o perdidos en combate, o perdidos en Estados Unidos, o simplemente se negaron a que les entrevistaran.


1971 D. C, VALLE NONG'ONA, RUANDA

Jane Massey, reportera dedicada a la vida salvaje para La Tierra viviente, fue como enviada por la revista a documentar la vida de los gorilas de lomo plateado en peligro de extinción. Este extracto es sólo una pequeña anécdota de las muchas y popula­res historias de los primates raros y exóticos:

Cuando cruzamos el valle escarpado, vi moverse algo entre el follaje. Nuestro guía también lo vio y nos conven­ció de que aligeráramos el paso. En aquel momento oí algo bastante extraño en aquella zona del planeta: completo silencio. Ningún pájaro, ningún animal, ni siquiera insec­tos, y hablamos de insectos de un tamaño considerable. Le pregunté a Kengeri y lo único que me dijo fue que bajara la voz. Desde la zona más baja del valle, pude oír un gemido espeluznante. Kevin (el fotógrafo de la expedi­ción) se puso más blanco de lo normal y continuó diciendo que debía de ser el viento. Un dato, yo he oído el viento en Sarawak, Sri Lanka, el Amazonas e incluso en Nepal y ¡eso NO es viento! Kengeri puso una mano en el machete y nos dijo que nos calláramos. Le dije que quería bajar al valle para echar un vistazo. El se negó. Cuando insistí, me dijo: «Los muertos andan sueltos por aquí» y se marchó.

Massey nunca exploró el valle ni descubrió la fuente del gemido. La historia del guía podría tratarse de una superstición de la zona. El gemido pudo haber sido simplemente el viento. Sin embargo, hay mapas del valle que revelan que está rodeado por acantilados escarpados, lo que hace imposible que los gules escapen. En teoría, este valle podría servir como receptáculo para las tribus que quieran atrapar pero no destruir a los muer­tos andantes.


1975 D. C, AL-MARQ, EGIPTO

La información relativa a este brote proviene de varias fuentes: entrevistas a los habitantes del pueblo que fueron testigos de lo ocurrido, nueve declaraciones juradas del personal militar egip­cio de bajo rango y los relatos de Gassim Farouk (un antiguo oficial de inteligencia de las fuerzas aéreas egipcias que emigró hace poco a Estados Unidos), además de la información sobre la investigación de varios periodistas internacionales que han preferido mantener sus identidades en secreto. Todas las fuen­tes corroboran la historia sobre un brote de origen desconocido que atacó e invadió este pequeño pueblo egipcio. Las llamadas pidiendo ayuda no obtuvieron respuesta, a la policía de otros pueblos y al comandante de la base de la Segunda División Armada de Egipto en Gabal Garib a tan sólo cincuenta y siete kilómetros. En un extraño giro de los acontecimientos, el opera­dor de teléfono de Gabal Garib también era un agente israelí del Mossad que pasó la información a los cuarteles generales de la FDI en Tel Aviv. Tanto el Mossad como los integrantes de la Fuerza de Defensa de Israel se tomaron la información como una patraña y la hubieran olvidado rápidamente si no hubiera sido por el general Jacob Korsunsky, un ayudante de la primera ministra Golda Meir. Judío estadounidense que fue colega de David Shore, Korsunsky estaba al tanto de la existencia de los zombis y de la amenaza que suponían si no les ponían obstácu­los. De forma impresionante, Korsunsky convenció a Meir para que formara una misión de reconocimiento para investigar Al-Marq. La infección se encontraba en aquel momento en su día catorce. Nueve supervivientes habían formado una barricada en la mezquita del pueblo con un poco de agua y sin comida. Con el consentimiento de Korsunsky, una patrulla de paracai­distas descendió al centro de Al-Marq y, tras doce horas de bata­lla, eliminaron a todos los zombis. Se sospecha que esta histo­ria tuvo un final salvaje. Algunos creen que el ejército egipcio rodeó Al-Marq, capturó a los israelíes y preparó su ejecución allí mismo. Cuando suplicaron a los supervivientes, que mostra­ron a los soldados los cadáveres de los zombis, los egipcios permitieron a los israelíes pasar de un modo seguro hasta sus hogares. Otros llevaron esta posibilidad más lejos, dando lugar a que la tomaran como una de las razones de la tregua egipcio-israelí. No existen pruebas consistentes que sostengan esta histo­ria. Korsunsky murió en 1991. Sus memorias, relatos persona­les, comunicados del ejército, los consiguientes artículos en los periódicos e incluso películas sobre la supuesta batalla grabadas por un cámara del Mossad, han quedado ocultos por el gobierno israelí. Si esto es cierto, se presenta una cuestión interesante y, posiblemente, perturbadora. ¿Por qué tendría que convencerse el ejército egipcio de que los muertos vivientes existen a través de testimonios y, al parecer, cadáveres humanos? ¿No tendría que existir un espécimen (o varios) intacto y con las funciones activas para probar una historia tan impresionante? De ser así, ¿dónde están ahora esos especímenes?


1979 D. C, SPERRY, ALABAMA

Durante su jornada diaria, Check Bernard, el cartero de la zona, paró en la granja de los Henrichs y vio que no habían recogido el correo del día anterior. Como nunca había ocurrido antes, Bernard decidió llevar el correo a la casa. A quince metros de la puerta principal, oyó lo que parecían disparos, gritos de dolor y llamadas de socorro. Bernard se fue, condujo dieciséis kiló­metros hasta el teléfono público más cercano y llamó a la poli­cía. Cuando dos ayudantes del sheriff y un equipo paramédico llegaron, encontraron a la familia Henrichs completamente descuartizada. La única superviviente, Freda Henrichs, estaba sufriendo, como se podía ver a la perfección, los síntomas de una infección avanzada. Golpeó a los paramédicos antes de que los ayudantes del sheriff pudieran atarla. Un tercer ayudante, el último en llegar y novato en el cuerpo, sufrió un ataque de pánico y disparó a la mujer en la cabeza. A los dos hombres a los que había mordido los llevaron al hospital del condado para que los trataran y poco después murieron. Tres horas después, resu­citaron durante la autopsia, atacaron al coronel y a su ayudante y salieron a la calle. Alrededor de medianoche la ciudad estaba aterrorizada. Había veintidós zombis y devoraron por completo a quince personas. Muchos supervivientes buscaron refugio en sus casas. Otros intentaron huir del pueblo. Tres colegiales se las arreglaron para subir a lo alto de la torre de agua. Aunque estaban rodeados (varios gules intentaron escalar la torre pero volvieron a caerse al suelo), estos niños permanecieron a salvo hasta que los rescataron. Un hombre, Harland Lee, tenía en su casa un subfusil Uzi modificado, una escopeta paralela recor­tada y dos pistolas mágnum del 44 (una era un revólver y la otra una automática). Los testigos afirman que vieron a Lee atacar a un grupo de doce zombis, disparando con la Uzi en primer lugar y a continuación con las otras armas. Cada vez, Lee disparaba al torso de los zombis, provocándoles gran daño pero sin matarlos. Como se le terminaba la munición y a su espalda había un montón de coches destrozados, Lee intentó disparar a la cabeza con una pistola en cada mano. Como las manos le temblaban mucho, Lee no acertaba ningún tiro. El autoproclamado salvador de la ciudad terminó siendo devorado al instante. Por la mañana, los ayudantes del sheriff de los pueblos colin­dantes, con la policía del estado y con grupos de voluntarios, se reunieron en Sperry. Iban armados con rifles de caza con miras y sabían que el tiro en la cabeza era mortal (un cazador de la zona había aprendido esto al defender su casa), así que rápidamente acabaron con la amenaza. La explicación oficial (proporcionada por el Departamento de Agricultura) fue la «histeria colectiva a causa de un escape de pesticida en el nivel freático del pueblo». El Centro de Control de Enfermedades se deshizo de todos los cuerpos antes de que pudieran realizarse las autopsias. La mayo­ría de las grabaciones de radio, las imágenes de las noticias y las fotografías de los particulares se confiscaron inmediatamente.
Varios supervivientes rellenaron ciento setenta y cinco declara­ciones juradas. Noventa y dos de esos casos se han llevado a la corte, cuarenta y ocho aún están por resolver y el resto han sido retirados misteriosamente. Se ha presentado recientemente una declaración con motivo del acceso a las imágenes de los medios de comunicación que fueron confiscadas. Al parecer, para que se tome una decisión habrá que esperar años.


OCT. 1980 D. C, MARICELA, BRASIL

Las noticias de este brote en principio provenían de Madre Verde, un grupo medioambiental que pretendía atraer la aten­ción sobre las difíciles condiciones que los indios locales sufrían a causa de la adquisición y la destrucción de su tierra. Los gana­deros, que pretendían conseguir sus objetivos utilizando la violencia, se armaron y se dirigieron al poblado indio. Cuando se encontraban en lo más profundo de la selva tropical les atacó un enemigo aún más terrorífico: una horda de más de treinta zombis. Todos acabaron devorados o resucitaron convertidos en muertos andantes. Dos supervivientes consiguieron llegar al pueblo más cercano, Santarem. Ignoraron sus advertencias y los informes oficiales explican que la batalla fue una insurrección de la población india. Tres brigadas armadas se encaminaron hacia Maricela. Como no encontraron ningún rastro de los no muer­tos, se dirigieron al pueblo indio. Lo que ocurrió a continuación lo negó mediante comunicado oficial el gobierno brasileño, pero sabían que se trataba de un ataque de muertos andantes. Los relatos de los testigos describen la masacre exactamente como tal, con las tropas del gobierno matando a todo ser que cami­nara, tanto zombi como humano. De forma irónica, los miem­bros de Madre Verde también negaron esta historia; afirmando que, en realidad, el gobierno brasileño se inventó esta patraña de los zombis para justificar la masacre de los indios. Buena parte de las pruebas provienen de un sargento mayor retirado del Departamento de Artillería del ejército brasileño. Cuenta que durante los días precedentes a la batalla, habían requisado prácticamente todos los lanzallamas del país. Tras la operación, habían devuelto las armas vacías.


DIC 1980 D. C, JURUTI, BRASIL

Esta estación remota, a más de 480 kilómetros río abajo de Mari­cela, se convirtió en la escena de varios ataques cinco semanas después. Los zombis surgieron del agua por toda la ribera. El resultado de estos ataques (el número, la respuesta, las bajas) aún se desconoce.


1984 D. C, CABRIO, ARIZONA

Este brote, mucho más leve considerando el espacio y las perso­nas involucradas, apenas se considera de clase 1. Sin embargo, las ramificaciones representan uno de los acontecimientos más significativos en el estudio del Solanum. El incendio en una escuela elemental causó la muerte a cuarenta y siete niños a causa de la inhalación de humo. La única superviviente, Ellen Aims, de nueve años, escapó saltando desde una ventana rota pero sufrió profundas laceraciones y pérdida de sangre. Salvó la vida gracias a una transfusión de urgencia del banco de sangre. En media hora, Ellen comenzó a sufrir los síntomas de una infección de Solanum. El personal médico no lo entendía y sospecharon que la sangre estaba contaminada por otras enfermedades. Mientras le realizaban las pruebas, la niña murió. Delante de los empleados, los testigos y los padres, resucitó y mordió a la enfermera que estaba atendiéndola. Ataron a Ellen, pusieron a la enfermera en cuarentena y el médico de guardia contó el caso a un colega de Phoenix (Arizona). Dos horas más tarde, los médicos del Centro de Control de Enfermedades llegaron, escoltados por las fuer­zas de la ley de la zona y «agentes federales sin identificación». Llevaron en avión a Ellen y a la enfermera infectada a un lugar sin revelar para un «tratamiento avanzado». Confiscaron todos los informes del hospital y el banco de sangre. No permitieron a la familia Aims acompañar a la niña. Tras una semana sin reci­bir noticias, les informaron de que su hija había «fallecido» y que habían tenido que incinerar el cuerpo por «motivos sanita­rios». Este caso ha sido el primero registrado que demuestra que el Solanum puede transferirse desde la sangre almacenada en un banco. Esto plantea las siguientes preguntas: ¿Quién fue el donante con la sangre infectada? ¿Cómo pudo tomarse su sangre sin que el sujeto supiera que estaba infectado y por qué nunca se supo nada sobre el donante? Además, ¿cómo se enteró el CCE del caso de Ellen tan rápido (el médico de Phoenix se negó a que le entrevistaran) y por qué respondió la agencia tan rápido? Aunque no es necesario decirlo, la teoría sobre una conspira­ción rodea aún este caso. Los padres de Ellen han presentado una demanda contra el CCE con el único propósito de conocer la verdad. Sus declaraciones han contribuido en la investigación de este caso del autor.


1987 D. O, KHOTAN, CHINA

En marzo de 1987, varios grupos de disidentes chinos informa­ron a Occidente sobre un desastre cerca de la planta de energía nuclear en Xinjiang. Tras varios meses negando la historia, el gobierno chino anunció de modo oficial que había habido un «fallo» en las instalaciones. En un mes, la historia cambió a «intentan realizar sabotaje [...] unos terroristas contrarrevolu­cionarios». En agosto, Tycka!, un periódico sueco, publicó la historia de que un satélite espía de Estados Unidos sobre Khotan había fotografiado tanques y otros vehículos armados dispa­rando a quemarropa a lo que parecían ser grupos desorganiza­dos de civiles que intentaban entrar en la planta nuclear. Otras fotografías revelan que algunos de los «civiles» rodeaban a otros y los desmembraban y se comían sus cadáveres. El gobierno estadounidense niega que su satélite aportara tales imágenes y Tycka! se retractó de tal historia. Si lo que ocurrió en Khotan fue un brote zombi, entonces hay más preguntas que respuestas. ¿Cómo empezó el brote? ¿Cuánto duró? ¿Cómo se contuvo al final? ¿Cuántos zombis había? ¿Entraron en la planta? ¿Cuánto daño causaron? ¿Por qué no ocurrió algo parecido al desastre de Chernóbil? ¿Escapó algún zombi? ¿Ha habido más ataques desde entonces? Una parte de la información que aporta cierta credibilidad a la historia del brote proviene del profesor Kwang Zhou, un disidente chino que había desertado a Estados Unidos. Kwang conocía a un soldado que había participado en aquel incidente. Antes de que lo enviaran a un centro de reeducación junto con otros testigos, el joven le contó que el nombre clave de aquella operación era «Pesadilla del despertar eterno». Aún hay otra pregunta: ¿Cómo empezó este brote inicial? Tras leer el libro de David Shore, en especial la sección sobre cómo captu­raron un zombi de Dragón Negro las tropas comunistas chinas, es lógico sacar la conclusión de que el gobierno chino tuvo, o aún tiene, su propia versión de «Flor de cerezo» y «Esturión», su propio proyecto para crear un ejército de no muertos.


DIC. 1992 D. O, MONUMENTO NACIONAL JOSHUATREE, CALIFORNIA

Varios excursionistas y viajeros de este parque en el desierto encontraron una tienda de campaña y equipo abandonados junto a la carretera principal. Investigando las historias, los guardas del parque descubrieron una escena horripilante a dos kilómetros del campamento abandonado. Encontraron a una chica de unos veinte años muerta, con la cabeza destrozada a golpes de piedra y su cuerpo cubierto de marcas de mordedu­ras realizadas por otro humano. Una investigación más a fondo realizada por la policía local y nacional identificó a la víctima; se trataba de Sharon Parsons de Oxnard, California. Ella y su novio, Patrick MacDonald, acamparon en el parque la semana anterior. Todos los boletines difundidos por los medios de comunicación apuntaban hacia MacDonald. La autopsia completa de Parsons reveló un hecho que sorprendió al juez de instrucción del caso. El nivel de descomposición de su cuerpo no cuadraba con el del tejido cerebral. Además, el esófago contenía restos de carne humana que coincidían con el grupo sanguíneo de MacDonald. Sin embargo, las muestras de piel que había bajo las uñas enca­jaban con un tercero en discordia, Devin Martin, un fotógrafo de la fauna salvaje y solitario que había recorrido en bicicleta el parque un mes antes. Como tenía pocos amigos, no tenía familia y trabajaba como autónomo, la desaparición de Martin nunca se denunció. Una búsqueda completa en el parque no reveló nada. El vídeo de vigilancia de una gasolinera en Diamond Bar reveló que MacDonald había parado allí brevemente. El empleado de servicio describió a MacDonald como demacrado, frenético y llevando un trapo lleno de sangre sobre el hombro. La última vez que se vio a MacDonald iba en dirección oeste, hacia Los Angeles.


ENE. 1993 D. C, CENTRO DE LOS ÁNGELES, CALIFORNIA

Aún se está realizando una investigación en relación a la primera fase de este brote, incluyendo cómo se expandió en un princi­pio a las zonas cercanas. El brote lo detectó primero un grupo de jóvenes, miembros de una banda callejera conocida como los VBR, o los Venice Boardwalk Reds. Entraron en aquella zona de la ciudad para vengar a uno de sus miembros, asesinado por una banda rival conocida como los Perros Negros. Alrededor de la 1 a. m., entraron en una zona industrial casi abandonada donde los Perros tenían su guarida. Lo primero que notaron fue que no había vagabundos. La zona era conocida por su gran barrio de chabolas que había en un solar desocupado. Las cajas de cartón, los carros de la compra y demás parafernalia que pertenecía a los sin techo estaban desparramados por toda la calle, pero no había señal alguna de ellos. Iban prestando muy poca atención a la carretera y el conductor del vehículo de los Reds atropello por accidente a un peatón que se movía muy despacio. El conduc­tor perdió el control de su El Camino y viró bruscamente hacia el lado de uno de los edificios. Antes de que los Reds pudieran atender al vehículo, que se había estropeado, o reprender a su compañero por su falta de habilidad al volante, vieron moverse al peatón que habían atropellado. Aunque tenía la columna rota, la víctima empezó a reptar hacia la banda callejera. Uno de los Reds sacó una pistola de 9 mm y disparó al hombre en el pecho. Este acto no sólo no paró al hombre, sino que envió una onda de sonido a un radio de varias manzanas. Abrió fuego varias veces más, todos hacia su objetivo, sin producir resultado alguno. El último disparo fue directo al cráneo y lo mató. Los Reds nunca tuvieron tiempo de descubrir exactamente lo que lo había matado. De repente oyeron un gemido que parecía proce­der de todas direcciones. Lo que creían que se trataba de las sombras de las farolas era un grupo de más de cuarenta zombis que se acercaba desde todas las direcciones.
Como tenían el coche estropeado, los Reds fueron calle abajo, literalmente atravesaron una pequeña línea libre entre los muertos vivientes. Tras varias manzanas, se encontraron, iróni­camente, a los miembros que quedaban de los Perros Negros, también a pie después de que los zombis hubieran invadido su guarida y destrozado sus coches. Cambiaron la rivalidad por la supervivencia, las dos bandas pactaron un cese de fuego y se dispusieron a buscar un medio de escapar o un refugio seguro. Aunque muchos de los edificios (bien construidos, almacenes sin ventanas) les hubieran servido de buenas fortalezas, esta­ban cerrados o (en el caso de los que habían sido abandonados) entablados y no podían entrar. Como conocían mejor la zona, los Perros tomaron la iniciativa y sugirieron que debían dirigirse al instituto De Soto Júnior, un edificio pequeño a una distan­cia fácil de cubrir corriendo. Con los zombis a pocos minutos de distancia, las dos bandas llegaron al instituto y para poder entrar rompieron una ventana del segundo piso. Al hacer esto activaron la alarma antirrobo que, además, alertó a todos los zombis que se encontraban por la zona, aumentando su número a más de cien. La alarma, sin embargo, era el único aspecto negativo de aquel reducto formidable. En los términos de una fortaleza, De Soto era una elección excelente. Una construc­ción de cemento armado sólida, con rejas y cubierta de venta­nas con mallas y puertas de madera maciza cubiertas de acero hacían fácilmente defendible aquel edificio de dos plantas. Una vez dentro, el grupo actuó con una prudencia admirable, esta­bleciendo un plan secundario, comprobando todas las puertas y las ventanas para estar más seguros, llenando todos los reci­pientes que pudieron de agua y almacenado sus propias armas y municiones. Como creyeron que la policía era peor enemigo aún que los muertos vivientes, ambas bandas usaron el teléfono para llamar a las bandas callejeras aliadas en lugar de a las auto­ridades. Ninguno con los que lograron contactar se creyó lo que estaban escuchando, pero prometieron llegar lo antes posible.
Este último acto fue, en otro giro irónico, uno de los pocos casos de exceso de medios jamás registrado en una insurrec­ción de no muertos. Bien protegidos, bien armados, bien liderados, bien organizados y extremadamente bien motivados, los miembros de las bandas fueron capaces de matar a los muertos vivientes desde las ventanas de arriba sin perder a ninguno de los suyos. Los refuerzos (bandas callejeras aliadas que prometieron ofrecer apoyo) llegaron, desafortunadamente, al mismo tiempo que la policía de Los Ángeles. El resultado fue el arresto de todos los involucrados.
El incidente se definió oficialmente como «un tiroteo entre bandas callejeras de la zona». Tanto los Reds como los Perros intentaron transmitir la verdad a todos los que quisieran escucharla. Su historia se explicó como una ilusión psicótica produ­cida por el «hielo», un narcótico popular en esa época. Como la policía y los refuerzos de los miembros de otras bandas sólo vieron cadáveres muertos a tiros pero a ningún zombi, nadie pudo actuar como testigo. Los cuerpos de los no muertos fueron recogidos e incinerados. Como casi todos ellos habían sido vagabundos, no se pudo identificar a ninguno y tampoco los echaron en falta. Declararon culpables de asesinato en primer grado a los miembros originales de las bandas que se vieron involucradas y la sentencia fue cadena perpetua en alguna de las prisiones de California. Todos fueron asesinados el primer año de su encarcelación, supuestamente por miembros de bandas rivales. Esta historia habría acabado aquí si no hubiera sido por un detective de la policía de Los Ángeles que pidió permanecer en el anonimato. El/ella leyó sobre el caso Parsons-MacDonald varios días antes y estaba intrigado/a por los detalles más extra­ños. Así que, en cierto modo, creyó las historias de los miem­bros de las bandas. El informe del juez de instrucción le dio el argumento más convincente. Cuadraba perfectamente con la autopsia de Parsons. El último clavo en el ataúd fue una cartera que se había encontrado en uno de los no muertos, un hombre de unos treinta años que parecía ir mejor vestido y aseado que la mayoría de los vagabundos. La cartera pertenecía a Patrick MacDonald. Como el propietario tenía un disparo en la cara de una bala del calibre doce, no había forma exacta de identificarlo. El/la detective anónimo/a creyó que era mejor no decírselo a sus superiores por miedo a la acción disciplinaria. En lugar de eso, él/ella copió el informe del caso al completo y lo presentó al autor de este libro.


FEB. 1993 D. C, ESTE DE LOS ÁNGELES, CALIFORNIA

A la 1.45 a. m., Octavio y Rosa Melgar, los propietarios de una carnicería, se despertaron al oír gritos desesperados debajo de la ventana de su habitación en el segundo piso. Asustados al creer que estaban robando en su negocio, Octavio cogió una pistola y corrió escaleras abajo mientras Rosa llamaba a la poli­cía. Encogido cerca de una boca de alcantarilla había un hombre tiritando y sollozando, cubierto de barro, vestido con un mono de trabajo andrajoso del Departamento de Sanidad y le salía a borbotones la sangre del muñón donde una vez había tenido el pie derecho. El hombre, que no quiso identificarse, gritó varias veces a Octavio para que cubriera la boca de la alcantarilla. Sin saber qué más hacer, Octavio obedeció. Antes de que la tapa de metal encajara en su sitio, Octavio creyó oír un sonido pare­cido a un gemido lejano. Cuando Rosa sujetó la pierna herida del hombre, entre llantos y gritos contó que él y cinco trabaja­dores sanitarios estaban inspeccionando la unión de una boca de tormenta cuando les atacó un grupo numeroso de «locos». Al describir a los asaltantes dijo que iban cubiertos de harapos y heridas, gruñendo en lugar de hablar, y se aproximaban a ellos cojeando de modo regular. Las palabras del hombre se desvane­cieron en una ininteligible concatenación de frases, gruñidos y sollozos antes de que se quedara inconsciente. La policía y los paramédicos llegaron noventa minutos más tarde. Para enton­ces, el hombre había muerto. Cuando recogieron su cuerpo, los oficiales de la policía de Los Ángeles interrogaron a los Melgar. Octavio mencionó que él había oído los gemidos. Los oficia­les tomaron nota pero no dijeron nada. Seis horas después, los Melgar oyeron en las noticias de la mañana que la ambulancia que transportaba al muerto se había chocado y había explotado de camino al hospital. La llamada por radio de los paramédicos (cómo pudo la estación de noticias obtenerla es aún un misterio) consistía principalmente en gritos de pánico afirmando que el muerto había abierto el saco donde se encontraba. Cuarenta minutos más tarde de la transmisión, cuatro camiones de policía, una ambulancia y un camión de la guardia nacional se detuvie­ron frente a la carnicería de los Melgar. Octavio y Rosa vieron cómo la policía de Los Ángeles acordonaba la zona y levanta­ban un puesto de campaña grande de color verde militar sobre la boca de la alcantarilla con un pasaje idéntico de allí al camión. Los Melgar, junto a un pequeño grupo de curiosos, oyeron un eco inconfundible de disparos desde la boca de la alcantarilla. En una hora, quitaron la tienda de campaña, levantaron la barri­cada y los vehículos fueron rápidamente retirados. Existe una pequeña duda de que este incidente sea una réplica del ataque en el centro de la ciudad de Los Ángeles. Los detalles del gobierno sobre lo que exactamente ocurrió en el laberinto subterráneo nunca se conocieron. Los Melgar, alegando «razones persona­les legales», no hicieron más averiguaciones. La policía de Los Ángeles explicó el incidente como una «inspección de manteni­miento y rutina sanitaria». El Departamento de Sanidad de Los Ángeles niega la pérdida de ninguno de sus empleados.


MAR. 1994 D. C, SAN PEDRO, CALIFORNIA

Si no fuera por Allie Goodwin, una conductora de grúa en este astillero del sur de California y su cámara desechable con vein­ticuatro fotos, el mundo nunca podría haber sabido la verdadera historia de este brote zombi. Un contenedor sin marcar fue descar­gado del SS Mare Caribe, un carguero con bandera panameña de Ciudad de Davao, en Filipinas. Durante varios días permaneció en los astilleros esperando la recogida. Una noche, el vigilante oyó sonidos dentro del contenedor. El y varios guardas de seguridad, al sospechar que había inmigrantes ilegales dentro, lo abrieron inmediatamente. Cuarenta y seis zombis salieron en tropel. Los que estaban más cerca fueron devorados. Otros buscaron refugio en los almacenes, edificios de oficinas y otras instalaciones. Algu­nas de estas estructuras proporcionaron un refugio adecuado, otras se convirtieron en trampas mortales. Cuatro conductores de grúa intrépidos, entre los que se encontraba Goodwin, subieron a sus vehículos y los usaron para crear una fortaleza con los contenedo­res. Este refugio prefabricado mantuvo protegidos a trece traba­jadores el resto de la noche. A continuación usaron sus vehículos como armas, lanzando contenedores a los zombis que estaban a su alcance. Para cuando la policía llegó (para entrar a las instala­ciones había que pasar por varias puertas cerradas), sólo queda­ban once zombis. Fueron derribados con una descarga de artille­ría (incluyendo algún tiro fortuito en la cabeza). Se estimó que habían muerto veinte humanos. Los zombis asesinados fueron treinta y nueve. Los siete que faltaban se creyó que habían caído al agua y la corriente los había arrastrado.
Las noticias calificaron este incidente de intento de robo. El gobierno no hizo declaraciones, ni una sola. La dirección del asti­llero, la policía de San Pedro (incluso la compañía de seguridad privada que perdió a ocho de sus guardas) permanecieron en silen­cio. La tripulación del Mare Caribe, su capitán e incluso la propia compañía negaron saber lo que había en el contenedor, que también desapareció misteriosamente. Casualmente, el puerto se incendió el día siguiente al ataque. Lo que hace tan increíble este encubri­miento es que San Pedro es un puerto grande, activo, situado en una de las zonas más pobladas de Estados Unidos. Resulta verda­deramente asombroso cómo el gobierno fue capaz de ocultar casi todas las fuentes de información. Todas las partes implicadas en esta historia califican las fotos y la declaración de Goodwin de patraña. La despidieron apelando incompetencia psicológica.


ABR. 1994 D. C, BAHÍA DE SANTA MÓNICA, CALIFORNIA

Tres residentes de Palos Verdes, Jim Hwang, Anthony Cho y Michael Kim, contaron a la policía que les habían atacado mien­tras pescaban en la bahía. Los tres hombres juraban que Hwang estaba pescando en la zona profunda cuando el sedal engan­chó una presa grande y extremadamente pesada. Lo que llegó a la superficie fue un hombre, desnudo, quemado, parcialmente descompuesto y aún vivo. El hombre atacó a los tres pescado­res, agarrando a Hwang e intentando morderle en el cuello. Cho empujó a su amigo y Kim le destrozó la cara a la criatura con un remo. El atacante se hundió bajo la superficie mientras que los tres pescadores se dirigían a la orilla. El Departamento de Poli­cía de Palos Verdes realizó inmediatamente a los tres las pruebas de alcoholemia y sustancias estupefacientes (todas las pruebas dieron negativo), les interrogaron durante toda la noche y los liberaron a la mañana siguiente. El caso aún está siendo oficial­mente «investigado». Dado el momento y el lugar del ataque, es lógico suponer que la criatura fuera uno de los zombis del brote original de San Pedro.


1996 D. C, LÍNEA DE CONTROL, SRI NACAR, INDIA

Este extracto ha sido tomado de un informe realizado por el lugar­teniente Tagore de las Fuerzas de Seguridad de la Frontera:

El sujeto se aproximó con un tambaleo lento, como si estu­viera enfermo o intoxicado. [A través de los prismáticos] pude observar que llevaba el uniforme de los soldados pakistaníes, algo extraño ya que ninguno de ellos opera en esta zona. Cuando estaba a trescientos metros le orde­namos que parara y se identificara. No accedió. Le dimos un segundo aviso. Siguió sin dar respuesta. Parecía gemir de forma incoherente. Con el sonido de nuestras llama­das aceleró el paso ligeramente. A doscientos metros de nosotros activó la primera mina, una mina saltadora esta­dounidense. Observamos cómo recibía heridas de metra­lla en la zona superior y anterior del torso. Tropezó, se cayó de boca y luego volvió a ponerse de pie y continuó avanzando. [...] Deduje que llevaría algún tipo de arma­dura. [...] Ocurrió de nuevo lo mismo a ciento cincuenta metros. Esta vez la metralla le arrancó la mandíbula. [...] A esa distancia pude observar que la herida, no sangraba. [...]El viento soplaba en nuestra dirección. [...] Notamos un olor pútrido que provenía del sujeto, parecido al olor de la carne al descomponerse. A cien metros ordené al soldado Tilak [un francotirador del pelotón] que matara al sujeto. Tilak realizó un disparo directo a la frente del sujeto. El sujeto cayó inmediatamente. No volvió a levantarse, ni a hacer ningún tipo de movimiento.

Los informes posteriores documentan la recuperación del cuerpo y su autopsia en el hospital militar en Sri Nacar. Poco después el cuerpo fue retirado por la Guardia de Seguridad Nacional. Tras aquello no se ha revelado más información en relación a aquel descubrimiento.


1998 D. C, ZABROVST, SIBERIA

Jacob Tailor, un aclamado realizador de documentales de la Canadian Broadcast Company, llegó al pequeño pueblo sibe­riano de Zabrovst con la intención de fotografiar el cadáver de un tigre dientes de sable intacto y potencialmente clonable. También habían encontrado el cuerpo de un hombre de casi treinta años, cuya vestimenta encajaba con la de un cosaco del siglo dieciséis. La filmación debía tener lugar en julio, pero Tailor se anticipó y llegó con un equipo en febrero para familiarizarse con la zona y sus compañeros. Tailor creía que el cadá­ver humano sólo aparecería unos segundos en la película, pero pidió que lo guardaran junto al tigre hasta que regresara. Tailor y su equipo regresaron a Toronto para un merecido descanso. El 14 de junio algunos miembros del equipo de Tailor volvieron a Zabrovst para preparar a los dos sujetos congelados y la excava­ción para la filmación. Fue la última vez que se supo de ellos.
Cuando Tailor llegó en helicóptero con el resto del equipo de la película el 1 de julio, encontró que los doce edificios del lugar estaban desiertos. Había signos de violencia y de haber forzado la entrada, incluyendo ventanas rotas, muebles volcados y sangre y pedazos de carne en las paredes y el suelo. Un grito hizo que Tailor volviera al helicóptero. Encontró un grupo de treinta y seis gules, incluyendo a habitantes del pueblo y los miembros desapa­recidos de su equipo, comiéndose a los pilotos. Tailor no entendía lo que estaba viendo, pero sí comprendió que debía correr para salvar su vida.
La situación parecía desalentadora. Tailor y su cámara, el técnico de sonido y el investigador de campo no tenían armas, ni provisiones y se encontraban en mitad del erial siberiano y sin ningún sitio a donde ir a pedir ayuda. Se refugiaron en una granja de dos plantas que había en el pueblo. En lugar de entablar las puertas y las ventanas, Tailor decidió destruir las dos escaleras. Almacenaron en la segunda planta toda la comida que pudieron encontrar y llenaron los cubos de agua en el pozo. Utilizaron un hacha, un mazo y varias herramientas pequeñas para destruir la primera escalera. La llegada de los zombis les impidió destruir la segunda. Tailor actuó con rapidez, cogiendo las puertas de las habitaciones de la segunda planta y colocándolas en la segunda escalera. Esto creó una rampa que impidió a los zombis que iban acercándose poder subir. Uno a uno intentaban subir la rampa y eran empujados abajo por el equipo de Tailor. Esta batalla de baja intensidad duró dos días, la mitad del grupo mantenía a raya a los atacantes mientras la otra mitad dormía (con algodón en los oídos para amortiguar el sonido de los gemidos).
El tercer día, un accidente extraño le dio a Tailor la idea para su salvación final. Como temían que los gules les agarraran las piernas si los pateaban rampa abajo, recurrieron a empujar a los zombis con una escoba de madera de mango largo. El mango de la escoba, muy débil debido al uso, acabó rompiéndose cuando uno de los depravados atacantes lo agarró. Tailor se las arregló para echar hacia abajo al zombi y observó con sorpresa que la punta rota y puntiaguda del mango, que aún estaba en la mano del monstruo, se le clavó en la cuenca del ojo a otro gul. Tailor no sólo consiguió matar sin querer al primer zombi, sino que también se dio cuenta de la forma correcta de deshacerse de ellos. Entonces, en lugar de intentar tirar a los atacantes por la rampa, el equipo de filmación los incitaba de forma agresiva a que subieran. El que se acercaba lo suficiente para atacar reci­bía un golpe devastador en la cabeza con el hacha del equipo. Cuando perdieron este arma (se le atascó a un zombi muerto en el cráneo), lo intentaron con el mazo. Cuando se rompió el mango, recurrieron a un desencofrador. La batalla duró siete horas, pero al final los cineastas canadienses, exhaustos, habían matado a todos los atacantes.
Desde ese día, el gobierno ruso no ha dado una explicación oficial de lo que ocurrió en Zabrovst. A cualquier oficial que se le pregunte explica que lo están «investigando». Sin embargo, en un país con tantos problemas sociales, económicos, políticos, medioambientales y militares como es la Federación Rusa, hay poco interés por la muerte de unos pocos extranjeros y algunos siberianos atrasados.
Tailor, increíblemente, dejó grabando las dos cámaras durante el incidente. El resultado son cuarenta y dos horas del metraje más excitante jamás grabado, vídeo digital con el que la Pelí­cula Lawson no puede compararse. Tailor ha tratado durante los últimos años de presentar al menos una parte de este metraje al gran público. Todos los expertos internacionales que han visto el vídeo dicen que se trata de una patraña rodada por un experto. Tailor ha perdido toda la credibilidad en una industria que una vez lo aclamó como uno de los mejores. Ahora está en proceso de divorcio y tiene varios litigios pendientes.


2001 D. C, SIDI-MOUSSA, MARRUECOS

La única prueba de un ataque proviene de un pequeño artículo de la contraportada de un periódico francés:

Brote de histeria colectiva en un pueblo de pescadores marroquí. Las fuentes confirman que una condición neurológica que antes se desconocía ha afectado a cinco resi­dentes, provocando que atacaran a sus parientes y amigos en un intento por comerse su carne. Actuando según las costumbres locales, los afectados fueron atados con cuer­das y pesas, los llevaron al mar y los lanzaron al agua. Queda pendiente la investigación por parte del gobierno. Los cargos que se les imputan van del asesinato al homi­cidio por negligencia.

No se materializó un juicio por parte del gobierno y no apare­cieron informes posteriores.


2002 D, C, ST. THOMAS, ISLAS VIRGINIA EN EEUU

Un zombi (hinchado, empapado, con la piel a tiras) llegó a la orilla de la costa noreste de la isla. Los habitantes locales no estaban seguros sobre qué hacer; guardaron las distancias y llamaron a las autoridades. El zombi se levantó a trompicones en la playa y comenzó a perseguir a los curiosos. Aunque la curiosidad hacía que se mantuvieran cerca de él, la multitud iba alejándose conforme el gul se aproximaba. Dos miembros de la policía de St. Thomas llegaron y ordenaron al sospechoso que parara. Como no obedeció, dispararon una vez como aviso. El zombi no dio respuesta alguna. Uno de los oficiales le disparó dos veces en el pecho, sin producir ningún efecto. Antes de que volvieran a descargar munición sobre él, un niño de seis años, emocionado por los acontecimientos y sin darse cuenta del peli­gro, corrió hacia el zombi y comenzó a pincharle con un palo. El muerto andante agarró inmediatamente al niño e intentó levantarlo para acercárselo a la boca. Los dos oficiales corrieron hacia él e intentaron sacar al niño de las garras del zombi. En aquel momento, Jeremiah Dewitt, un inmigrante recién llegado de la isla de Dominica, se adelantó entre la multitud, agarró el brazo de uno de los oficiales y disparó a la cabeza del zombi. Dewitt quedó absuelto de todos los cargos en un proceso criminal, al considerarse que actuó en defensa propia. Las fotografías del cadáver del zombi demostraron, aunque estuviera muy descom­puesto, que era de ascendencia norteafricana o de Oriente Medio. La ropa andrajosa y la cuerda demostraron de forma convincente que la criatura era una de las que lanzaron al mar desde la costa de Marruecos. En teoría, sería posible que un espécimen no muerto viajara con las corrientes a través del Atlántico, aunque es el único caso que se ha registrado. En uno de los más extra­ños giros en el encubrimiento y la supresión de los brotes, este caso ha alcanzado el estatus de celebridad. Como con el Bigfoot en el noroeste del Pacífico o el monstruo del Lago Ness en Esco­cia, los turistas pueden comprar fotografías del «zombi de St. Thomas», camisetas, figuras, relojes de pared, relojes de pulsera e incluso libros infantiles en muchas de las tiendas del centro de Charlotte Amalie (la capital de la isla). Decenas de conduc­tores de autobuses compiten cada día (a veces ferozmente) por la oportunidad de llevar a los turistas recién llegados del aero­puerto Rey Cyril y a la orilla donde apareció el zombi. Tras el juicio, Dewitt comenzó una vida nueva en Estados Unidos. Sus amigos en St. Thomas y su familia en Dominica no han vuelto a saber nada de él.
 
 

 

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